ALEX
Alex se pasó una mano por el pelo, soltando un suspiro pesado mientras revisaba los documentos frente a él. Las cuentas no cuadraban, los retrasos se acumulaban, y la presión se sentía como un nudo constante en el estómago. El jefe de logística, un hombre robusto con ojos cansados llamado Marco, le estaba explicando los problemas mecánicos de las grúas, pero Alex apenas lo escuchaba. Su mente estaba en otro sitio, en las calles, en la tensión palpable que parecía crecer cada día.
—Marco, quiero que mandes a reparar esas grúas de inmediato. Y si no hay suficiente personal, contrata a quien sea necesario —dijo Alex, cortando las quejas del jefe de logística.
—Pero, jefe, el presupuesto...
—Olvídate del presupuesto. Haz lo que tengas que hacer. No podemos permitir más retrasos, no ahora —Alex lo miró con una intensidad que no permitía réplica.
Marco asintió, visiblemente incómodo, y salió de la oficina apresuradamente. Alex se quedó un momento en silencio, su mirada perdida en la ventana que daba al puerto. Los contenedores se apilaban, y los trabajadores se movían lentamente entre las grúas paradas. Cada minuto que las operaciones se detenían, el riesgo de perder la confianza de los japoneses aumentaba, y Alex no podía permitírselo. Los acuerdos que había firmado eran demasiado valiosos para fallarles.
Estaba agotado. Los negocios de la calle me estaban quitando demasiado tiempo, y tenía que admitirlo, aunque eso me jodiera: había descuidado la empresa. El papeleo estaba acumulado, los plazos con los japoneses se habían estirado hasta el límite, y las malditas grúas seguían fallando. Si hubiera estado más pendiente, nada de esto habría llegado tan lejos.
Dejé caer el bolígrafo sobre la mesa y me froté las sienes. La oficina se sentía asfixiante, demasiado ordenada para la cantidad de caos que estaba manejando. Las tensiones en las calles no dejaban de aumentar; los aliados se volvían cada vez menos confiables, y los rivales parecían no perder oportunidad para intentar socavar lo que había construido. Todo el tiempo que había dedicado a apagar esos fuegos me había costado caro aquí, donde se suponía que todo debía mantenerse sólido.
Maldita sea, tenía que volver a tomar las riendas.
Presioné el intercomunicador y llamé a Marco.
—Marco, necesito que organizes un equipo para revisar el estado de todas las grúas y asegurar que cada maldito contenedor esté donde debe estar.
—Claro, jefe, haré lo que pueda —respondió, algo dubitativo.
—No, Marco. No es 'lo que puedas'. Necesito resultados ahora. Si hace falta, busca ayuda externa, pero esto tiene que resolverse ya.
Colgué antes de escuchar su respuesta. No tenía tiempo para discutir, ni paciencia para excusas. Miré por la ventana hacia el puerto, viendo los contenedores apilados como enormes bloques de ladrillos y a los trabajadores moverse como hormigas entre ellos. Cada retraso, cada error... todo se estaba acumulando, y si perdía el control aquí, todo lo demás se desmoronaría. La empresa no solo era la fachada, era el motor que sostenía el resto.
Pero, mientras pensaba en cómo resolver el problema, un sentimiento aún más pesado que la preocupación por los negocios me golpeó de nuevo.
Los Delgado habían jodido un par de entregas importantes en la ciudad. Primero tirotearon una camioneta en la que llevábamos armas hacia el puerto. Nos lo robaron todo, y me costó la vida de dos hombres. Eso no lo perdono. Luego, apenas unos días después, le dieron una paliza a mis chicos en una de las discotecas que ya era nuestra. Era como si estuvieran intentando humillarme, desafiarme frente a todos. Todo estaba yendo mal y esto no me gustaba nada. La situación se estaba descontrolando.
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SUSURROS DE LA NOCHE || Finalizada. 🤍
RomansaJulia es una joven marcada por una infancia difícil, luchando día a día para cubrir las facturas del hospital debido a una enfermedad crónica. Con dos trabajos para sobrevivir, su vida da un giro inesperado cuando Alex, el enigmático hermano del niñ...