Capítulo 2: El misterio del pasado

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Con los lobos finalmente retirados, los aldeanos se acercaron preocupados a los maestros de kung fu. Murmullos de agradecimiento y alivio se escuchaban mientras algunos se apresuraban a atender a los heridos y recuperar lo que podían de sus pertenencias robadas.

Po, que había logrado salir de su trance, se sacudió la confusión de su mente y rápidamente buscó a Tigresa, preocupado por lo que había sucedido. La encontró sentada en el suelo, con el resto de los Cinco Furiosos a su alrededor como apoyo. La maestra estaba sobándose la cabeza, soltando pequeños quejidos de dolor mientras intentaba reponerse del golpe.

Sin dudarlo, Po se arrodilló a su lado y, con una rapidez que la tomó por sorpresa, tomó su rostro con suavidad entre sus manos, girándolo de un lado a otro para examinarla.

—¿Estás bien? —preguntó con una urgencia en su voz, mientras revisaba su rostro con meticulosidad—. ¿Te duele aquí? ¿O aquí?

Tigresa, totalmente desconcertada por la cercanía repentina, sintió una oleada de calor subirle por el cuello hasta las mejillas. Su expresión, que normalmente era de calma y firmeza, comenzó a tornarse tensa, sintiendo sus mejillas arder de una manera que no podía controlar.

—Po, yo... —empezó a decir, pero el panda continuaba inspeccionándola sin prestar mucha atención a su incomodidad.

Finalmente, con una mezcla de nervios y frustración, Tigresa apartó las manos de Po con suavidad, pero firmeza, enderezándose.

—Estoy bien —insistió, algo incómoda, tratando de recomponerse—. No es necesario que hagas... eso. —Aclaró su garganta, desviando la mirada por un momento.

Po, aliviado, pero todavía preocupado, la miró con una mezcla de confusión y culpa.

Intentando cambiar el tema, Tigresa, más seria, lo observó fijamente—: Po, ¿qué pasó?

Los demás Furiosos, que hasta ese momento solo observaban, también intercambiaron miradas preocupadas y luego clavaron los ojos en Po, esperando una explicación.

El omega tragó saliva. La sensación de aquel sello en el hombro del lobo aún le daba escalofríos, pero no sabía cómo explicarlo.

—Yo... —Po titubeó, evitando el contacto visual con todos ellos—. No lo sé... —Se rascó la cabeza, claramente incómodo—. Sólo... sólo me distraje.

Tigresa, con el ceño fruncido, lo observó por un momento más, claramente esperando una respuesta más clara. Sin embargo, al notar que Po estaba igual de confundido, decidió no presionarlo más.

—Po... —empezó a decir, pero él, sintiendo la presión, dio un paso atrás.

—¡Voy a volver enseguida! —exclamó de repente, sin dejar tiempo para más preguntas.

—Po, ¡espera! —gritó Grulla, extendiendo una su ala en su dirección, pero ya era demasiado tarde. El panda ya se había alejado corriendo.

Tigresa dejó escapar un suspiro frustrado, y aunque estaba confundida por la repentina reacción de Po, también sintió preocupación por él.

—¿Qué crees que fue eso? —preguntó Víbora, mirando a Tigresa con curiosidad, mientras Mono y Mantis asentían, claramente intrigados.

—No lo sé —murmuró la alfa, aún tratando de procesar lo ocurrido—. Pero algo no está bien.

En el Valle de la Paz, el restaurante del Sr. Ping estaba lleno de clientes como de costumbre. El ganso, siempre aprovechando cualquier oportunidad, había creado un rincón en su local donde exponía algunas de las pertenencias de Po, orgulloso de que la mayoría de los visitantes llegaran gracias a su hijo, el Guerrero Dragón. Al ver a un alfa curioso intentando tocar la escoba que había pertenecido a Po, el Sr. Ping lanzó una advertencia rápida, evitando que cualquier objeto fuera manoseado.

Kung Fu Panda: OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora