Extra II: Festival

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Ah, el festival del amor y de la amistad, el valle brillaba con luces coloridas y decoraciones de papel que ondeaban al viento, la atmósfera estaba llena de risas, música y el delicioso aroma de los platillos que se preparaban en cada rincón. Los habitantes del valle habían adornado sus casas y calles con flores y banderines, creando un ambiente festivo que contagiaba a todos.

Los maestros de Kung Fu, los Cinco Furiosos y Po, el Guerrero Dragón, decidieron visitar el restaurante del Sr. Ping para celebrar la amistad que habían logrado forjar en tan poco tiempo. Al entrar, el aroma a fideos recién hechos y dumplings frescos llenó el aire, y el Sr. Ping, quien, con insistencia de Po, logró convencerlo de reservar el restaurante solo para ellos por un día, los recibió con una amplia sonrisa.

—¡Bienvenidos, maestros! ¡Espero que tengan hambre! —dijo Ping, mientras señalaba una gran mesa donde ya había preparados varios platillos.

Después de que se acomodaron y agradecieran por la comida, empezó el ruido de los palillos y platos. Mientras comían, la conversación se tornó inevitablemente hacia las historias de romance.

—Recuerdo que, durante este festival hice un regalo a una omega que me gustaba en la infancia —dijo Mono, con un brillo travieso en sus ojos—. Le regalé una flor y terminé con una canasta de frutas en la cabeza porque me resbalé.

Todos se rieron al imaginar la escena.

—¡No puedo imaginar tu cara, Mono! —dijo Po entre risas—. ¿Ella siquiera te miró?

—¡Sí! Se río de mí durante semanas. ¡Nunca volví a acercarme a ella! —respondió Mono, frotándose la nuca avergonzado.

Luego, Víbora tomó la palabra.

—Yo recuerdo que, en una de mis primeras misiones, me encontré con un alfa que tenía una gran admiración por mí. Quiso impresionarme con sus habilidades de danza, pero se tropezó y cayó de cara al suelo. Eso fue lo más divertido que he visto. ¡Aún lo veo en mis pesadillas!

—Eso sonó humillante — comentó Tigresa —. ¿Quién fue? No puedo imaginar que alguien pudiera deslumbrarte con eso.

—No lo diré —dijo Víbora, riendo—. Quedémonos en que tenía potencial, pero un poco de torpeza.

—Una vez, en un festival anterior, decidí dedicarle un poema a una beta que me gustaba —comenzó Grulla—. Era muy bonita, o al menos eso pensaba. Me puse tan nervioso que cuando llegué a leerlo, se lo recité a la puerta de su casa en lugar de a ella.

—¡Eso es patético! —exclamó Mono, riendo—. Espero que no te haya rechazado de forma épica.

—Ella fue muy comprensiva, al final, pero desde entonces decidí dejar la poesía a los profesionales —dijo Grulla, encogiéndose de hombros.

Al llegar ahora con la felina, todos se quedaron en silencio, mirándola expectantes.

—¿Y tú, Tigresa? —preguntó Po, con una sonrisa —. ¿No tienes una historia que contar?

Tigresa, sintiéndose repentinamente nerviosa al ver su sonrisa, frunció el ceño y cruzó los brazos.

—No tengo nada que decir —respondió con un tono firme, para decepción de los demás.

Mantis, que había estado hasta ahora en silencio, decidió compartir su propia historia.

—Yo tengo una que es un poco... embarazosa. Una vez, traté de impresionar a una alfa llevándola a una misión. Pensé que sería romántico, pero terminé atrapado en un árbol mientras intentaba salvarla de un grupo de bandidos. Ella se reía tanto que me olvidé de la misión. Al final, nos rescataron sus amigos, pero todavía me llaman "el chico del árbol" cada vez que lo mencionan.

Kung Fu Panda: OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora