Capítulo 3: Ecos de la venganza

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La noche había caído en el Valle de la Paz, y las estrellas brillaban intensamente, como si intentaran iluminar el peso que ahora sentía Po tras su fracasado entrenamiento mientras seguía a los maestros. Los Cinco Furiosos que caminaban hacia sus habitaciones, estaban burlándose e ignorando la presencia del panda.

—¿Qué estará pensando el maestro Oogway? —dijo Víbora con tono de preocupación—. El pobre va a terminar muerto.

—El guerrero dragón es tan poderoso.....que cayó del cielo en una bola de fuego —exclamó Grulla, dramatizando y provocando más risas.

—Cuando camina, el suelo tiembla —añadió Mantis, con un toque de burla.

Tigresa, siempre seria, los interrumpió sin perder su aire de autoridad:

—Uno creería que Oogway habría elegido a alguien que al menos supiera kung fu.

—O al menos que pudiera tocarse los pies —rió Grulla, mientras Mono remataba

—O que pudiera verlos.

Las risas continuaron hasta que Mantis soltó el comentario final:

—Tal vez debería quedarse en la cocina. Después de todo, los omegas no deberían estar luchando, sino sirviendo.

Esa última frase resonó profundamente en Po. Era un recordatorio de todas las veces que había sido subestimado por ser omega, de las etiquetas que había cargado toda su vida. Sintiendo cómo se le encogía el corazón, se alejó discretamente del grupo, sus pasos resonando en el silencio de la noche.

Víbora, que había escuchado la broma de Mantis, reaccionó golpeándolo y no muy suavemente.

—¡Ay! ¿Qué? Solo bromeaba... —dijo Mantis, sobándose la cabeza mientras los demás reían de su desgracia.

Las risas del grupo se desvanecían mientras Po, buscando consuelo, se dirigía al gran árbol de duraznos. Al llegar, se dejó caer bajo sus ramas, tomando un fruto y mordiéndolo con fuerza. Pero la dulzura del durazno no podía borrar la amargura que lo invadía.

De repente, una voz calmada y sabia interrumpió su melancolía:

—Veo que encontraste el durazno de la sabiduría celestial.

Po se sobresaltó, girándose torpemente con la boca llena de durazno, en una imagen que, para cualquier otro, habría sido cómica. Pero frente a él estaba el maestro Oogway, quien lo miraba con una sonrisa suave.

—Perdón, pensé que era un árbol normal —dijo Po, tratando de sonar despreocupado.

—Lo entiendo. Muchos comemos cuando estamos preocupados —dijo Oogway con empatía.

—¿Preocupado? ¿Yo? Nah —Po trató de disimular, pero su voz lo traicionaba.

Oogway lo observó en silencio por un momento antes de preguntar con gentileza:

—¿Por qué estás preocupado?

Po soltó un largo suspiro antes de confesarse:

—No soy el Guerrero Dragón. Soy un desastre. Tigresa es fuerte y ágil, Grulla vuela, Víbora es letal y elegante que hace que su género como omega pase desapercibido, Mantis es pequeño pero feroz, y Mono... es una máquina acrobática. Yo... yo soy solo un panda gordo que apenas puede moverse. Y encima... un omega, débil e inútil que solo existe para servir. —La última palabra la dijo con un nudo en la garganta.

Oogway sonrió con ternura.

—Te preocupa lo que fue y lo que será. Pero hay un dicho: "El ayer es historia, el mañana es un misterio, pero el hoy es un regalo. Por eso se llama presente".

Po lo miró, intrigado. La tortuga continuó:

—Te contaré un secreto, Po, yo también soy un omega.

Los ojos de Po se agrandaron con sorpresa

—¿Usted? ¿Un omega?

—Así es —afirmó Oogway—. No es lo que somos lo que determina nuestro destino, sino lo que hacemos. No te subestimes por lo que otros creen de ti o por el rol que se te ha asignado. Cada uno tiene un propósito, y el tuyo, Po, está lleno de posibilidades, incluso si aún no puedes verlo por lo que debes creer.

Po lo escuchó atentamente, sintiendo que esas palabras encendían una chispa de esperanza en su interior.

Mientras Oogway se alejaba, Po se quedó pensando en lo que había dicho. Algo en esas palabras hizo recuperar la confianza en él, una confianza que pensó que había perdido.

Pero en la lejanía, otra fuerza se estaba desatando. En la prisión de Chorh-Gom, la noche había traído consigo una sensación de inquietud. En las profundidades de la prisión, un leopardo de las nieves aguardaba. Tai Lung, atrapado en la oscuridad, se liberaba con una calma calculada, utilizando la pluma que había caído de Zeng para burlar aquel caparazón de piedra que lo apresaba.

El guardia general, un alfa arrogante que antes se había burlado de él, observaba con horror mientras Tai Lung rompía sus ataduras con una fuerza aterradora.

—¡Rápido! ¡Deténganlo! —gritó, su voz traicionando el miedo que sentía al enfrentarse a un alfa tan letal, con solo una orden de su voz o el uso de sus feromonas, técnicas que aprendió de su exmaestro, él y el resto de los guardias podían caer completamente débiles o sumisos, algo que va en contra de su naturaleza como alfas.

Tai Lung no se detuvo. Su cuerpo estaba lleno de poder y de furia contenida. Con un movimiento devastador, se lanzó hacia los explosivos que los guardias habían preparado para evitar su fuga. En un instante, el caos se desató. Una explosión sacudió la prisión, llenando el aire de polvo y escombros. Los gritos de los guardias resonaban, pero ninguno fue capaz de detener al furioso leopardo.

Tai Lung se acercó a Zeng, el único sobreviviente cercano. Lo levantó por el cuello con una sonrisa cruel.

—Qué bueno que Shifu te envió... ya empezaba a sentirme olvidado —dijo, acariciando con ironía las plumas del mensajero para luego ordenar con su voz alfa—. Ahora, vete volando y dile que el verdadero Guerrero Dragón vuelve a casa.

Con una mirada llena de terror, Zeng emprendió el vuelo, llevando consigo un mensaje que pondría al Valle de la Paz en alerta máxima. Tai Lung había escapado, y su venganza estaba en marcha.

Kung Fu Panda: OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora