Capítulo 8: La voluntad del omega

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Mientras tanto, los maestros del kung fu se ocultaban en los oscuros callejones, observando cómo los lobos que custodiaban la prisión abandonaban sus puestos, dejando el camino libre. Tigresa, viendo la oportunidad, señaló hacia la entrada y, sin perder tiempo, lideró a los demás hacia el refugio seguro de la prisión.

Al entrar, las antorchas parpadeantes iluminaban tenuemente el lúgubre lugar. Po, con su característica torpeza, tropezó de inmediato y cayó de bruces en el centro del recinto, llamando la atención de los maestros Buey y Cocodrilo, quienes estaban voluntariamente encarcelados en una celda.

—Eres tú —dijo el maestro Buey con una mezcla de seriedad y sarcasmo—. ¿Qué hiciste? Hay un caos afuera. ¿No ibas a detener a Shen?

Antes de que Po pudiera responder, Mono intervino con expectación:

—Sí... —insinuó, provocando que las miradas de los maestros se centraran aún más en el panda.

Po, sintiéndose bajo presión, retrocedió un poco.

—Oigan... —dijo titubeando—. Ténganme un poco de fe. Yo... esperaba que huyera porque... fue un truco, un plan... quería descubrir sus... planes.

Su voz comenzó con seguridad, pero fue decayendo en inseguridad al ver las expresiones confusas y molestas de los presentes.

Mantis rompió el silencio:

—Eso no tiene sentido.

—¿Cómo que no? Claro que sí —Po replicó, intentando sonar seguro, pero evitando las miradas de los demás.

Tigresa, quien no se dejaba engañar tan fácilmente, se acercó con firmeza:

—Po, la verdad. Tenías a Shen, ¿qué pasó? —exigió con tono serio.

Po intentó retroceder, pero tropezó de nuevo, prefiriendo sentarse en el suelo mientras seguía evadiendo su mirada.

—¿De qué hablas? No sé... bueno, sí, tal vez me distraje... —admitió, resignado.

Tigresa, ahora arrodillada frente a él, lo miró directamente a los ojos.

—La verdad —insistió, su tono más suave pero implacable.

Po, apretando los labios, se negó a hablar. Ante su silencio, Tigresa se levantó, dirigiéndose a los maestros encarcelados.

—Bien, ellos te mantendrán lejos del peligro —declaró con determinación.

Croc, que había estado observando en silencio, añadió:

—Muy lejos.

Po, confundido, la miró:

—¿Qué? —preguntó, incrédulo.

Pero Tigresa ya había dado media vuelta, pensando en el siguiente paso para entrar en la guarida de Shen. Po, descontento, intentó replicar:

—Esperen, yo tengo que...

Una feroz mirada de Tigresa lo detuvo en seco, una tan intensa que levantó polvo. Los dos maestros encarcelados sintieron un escalofrío, comprendiendo que Tigresa, como alfa, estaba actuando por puro instinto.

Croc, más analítico, observaba con interés. Para él, era evidente que la felina mostraba una preocupación especial por el omega. En el poco tiempo que los había visto interactuar, siempre notaba cómo ella estaba atenta a Po, lo que ahora le resultaba... interesante.

El panda, aunque sorprendido, no se dejó intimidar por la demostración de ferocidad de Tigresa. Observó a sus amigos, notando el nerviosismo en sus rostros. Viendo a Mono, con ambas manos tapando su boca, Po tuvo la tentación de reír, pero la expresión de Tigresa se endureció al notarlo.

Kung Fu Panda: OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora