Capítulo 9: Temores

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El señor Ping duerme profundamente, exhausto por el agitado día que acaba de pasar. Trata de adaptarse a la vida entre los energéticos pandas, que pasan el día rodando, comiendo, y luego rodando un poco más. Al menos, el ganso encuentra alegría al ver cómo los cachorros pandas piden más de su deliciosa comida. Recuerda con nostalgia a su pequeño Po, especialmente cuando los niños, con ojos brillantes, se acercan para pedirle más bocados. Sabe que el día siguiente será igual de agotador, sobre todo si se trata de proteger a los pequeños pandas de sus propias travesuras en la cocina. En su sueño, se mueve levemente al escuchar respiraciones agitadas y sentir un toque en su ala.

De inmediato, su instinto paternal se activa, un deja vu de cuando Po era un niño de 5 años y lo despertaba a mitad de la noche, entre lágrimas, tras una pesadilla. Con ese recuerdo vívido en su mente, Ping se despierta rápidamente y ve a su amado hijo de pie junto a la cama. Ahí está Po, su pequeño, su adorable Po, pero esta vez con una expresión angustiada. El ganso sabe de inmediato lo que debe hacer. Con ternura, posa su ala en la cabeza del panda, mientras toma una manta para secar las lágrimas que ya empiezan a caer. Siente una mezcla de nostalgia y preocupación al ver a su hijo en ese estado.

En un tono suave y paternal, susurra:

—Hijo... ¿qué sucede? ¿Tuviste otra pesadilla?

Po niega con la cabeza, su voz apenas un susurro lleno de tristeza.

—Ojalá fuera eso...

Ping, más intrigado y preocupado, guarda silencio, sabiendo que su hijo le contará lo que lo aqueja. Y así es. Po toma aire, visiblemente alterado, y deja salir las palabras que Ping no esperaba oír.

—Papá... Li Shan me mintió.

El señor Ping parpadea, sorprendido. No solo Po se refiere a Li Shan por su nombre, algo que nunca hace, sino que hay un dolor profundo detrás de esas palabras. El ganso, con el corazón apretado de preocupación, pregunta con delicadeza:

—¿A qué te refieres, hijo?

Po, con una mezcla de rabia y tristeza en su voz, responde:

—Li Shan no tiene idea sobre el chi. Solo lo usó para engañarme y traerme aquí... y para que no regrese.

La revelación cae como una piedra en el corazón del señor Ping. No puede creerlo. ¿En serio Li Shan habría recurrido a algo tan bajo para mantener a Po en la aldea? Pero detiene sus pensamientos antes de que el enojo lo consuma. Este no es el momento para dejar que su disgusto hacia Li Shan aflore. Su prioridad es su hijo, que en este momento lo necesita más que nunca.

—Po... —empieza Ping en tono tranquilo, tratando de consolarlo—. Estoy seguro de que tu padre... digo, Li Shan, no quería hacerte daño. Tal vez solo pensó que...

—¡No lo entiendes, papá! —interrumpe Po, su voz alzándose llena de frustración—. Me mintió. Me trajo aquí pensando que aprendería algo importante, algo que podría salvar a mis amigos, ¡pero no es cierto! ¡Dejé al Valle de la Paz desprotegido, dejé a mis amigos desprotegidos! —dice con la voz quebrada.

El señor Ping intenta calmarlo, posando su ala sobre el hombro del panda.

—Hijo, sé que te duele, pero tal vez no es tan cruel como parece. A veces, tomamos las cosas con demasiada prisa y...

—¡Ya no quiero escuchar más excusas! —exclama Po, levantándose de repente. Su tristeza se transforma en una mezcla de ira y desesperación—. No me importa lo que Li Shan tenía planeado. No me importa lo que piense que es mejor para mí. ¡Shifu y mis amigos están en peligro, Tigresa está en peligro, y estoy aquí... perdiendo el tiempo! —Las últimas palabras salen ahogadas por la emoción que siente, sus ojos llenos de lágrimas nuevamente.

Kung Fu Panda: OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora