Capítulo 2: La extraña visión

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La luna brillaba por todo el valle, bañando el Palacio de Jade con una luz suave y plateada. En una de las habitaciones, el silencio era palpable, roto únicamente por el sonido suave de la respiración de Po. Estaba tendido en su cama, su enorme figura descansando sobre las sábanas, mientras una pequeña toallita fría reposaba sobre su frente. A su lado, Tigresa lo observaba con atención, sentada en silencio.

Con un suspiro leve, Tigresa extendió la mano hacia Po, con la intención de rozar suavemente la suya, pero dudó. Se quedó a medio camino, observando los rasgos tranquilos del panda, que parecía estar sumido en un profundo sueño, aunque su respiración irregular delataba lo contrario. La preocupación pesaba sobre ella. Sabía que Po era fuerte, pero verlo tan vulnerable le producía una sensación que no podía describir.

Justo cuando sus dedos finalmente rozaron la mano de Po, la puerta se abrió con un leve crujido. Tigresa rápidamente retiró su mano, fingiendo ajustar la toalla en la frente de Po.

—¿Aún no ha despertado? —preguntó Víbora, deslizándose suavemente dentro de la habitación. Su tono era tranquilo, pero la preocupación en sus ojos era innegable.

Tigresa, sin apartar la vista de Po, negó lentamente con la cabeza.

—No, todavía no —respondió en voz baja—. Sigue igual desde que lo trajimos aquí.

Víbora se acercó, colocándose al otro lado de la cama. Miró a Tigresa durante un momento antes de hablar nuevamente, su tono lleno de comprensión.

—Es normal que te preocupes —dijo suavemente—. Lo que pasó hoy fue inesperado. Pero Po es fuerte, estoy segura de que se recuperará pronto.

Tigresa permaneció en silencio por unos segundos, sin saber bien cómo responder. La voz tranquila de Víbora la reconfortaba de alguna manera, pero no quería admitirlo.

—No sé qué me pasa... —confesó finalmente, sin apartar la vista de Po—. Nunca me he sentido así. No estoy acostumbrada a sentirme... tan impotente.

Víbora sonrió con gentileza, notando la vulnerabilidad en Tigresa, algo poco común en ella.

—Es natural, Tigresa. A veces, cuando alguien nos importa más de lo que estamos dispuestos a admitir, esos sentimientos salen a la superficie. No significa que seas débil —dijo Víbora—. Solo estás enamorada.

Tigresa apretó ligeramente los labios, sintiendo una incomodidad mezclada con vergüenza. Sabía que Víbora tenía razón, pero aun así no quería demostrarlo, suficiente tenía con el tiempo que le costó aceptarlo.

—Él es... diferente —murmuró Tigresa, apenas audible—. No sé por qué, pero desde que llegó al Palacio, ha causado esto en mí, es como si...mi instinto me impulsara a estar con él sin importar el resto, aún si en ese entonces apenas y conocía su nombre.

Víbora la miró con sorpresa, una teoría formándose en su cabeza, pero no sabía si contárselo a la felina, dudando si ella lo aceptaría, por lo que solo se quedó en silencio pensando que decir.

Tigresa mientras tanto cerró los ojos por un momento, la verdad era que la forma como veía a Po desde que llegó ha cambiado constantemente. Al principio, como una molestia, como un omega que no encajaba en el mundo del kung fu. Pero con el tiempo, Po había demostrado que tenía más de lo que aparentaba. Y ahora, cuidándolo en su estado vulnerable la hacía sentir responsable de su bienestar de una manera que no podía ignorar.

—Creo...que estoy empezando a acostumbrarme a esto—admitió Tigresa, su voz apenas un susurro—. A cuidar a alguien de esta manera.

—Es bueno que seas sincera contigo misma—respondió Víbora con dulzura—. Es suficiente.

Kung Fu Panda: OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora