¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El eco de los pasos de John había desaparecido hacía rato, pero la tensión seguía flotando en el aire de la habitación de Brielle. Ella se dejó caer sobre la cama, mirando al techo como si éste pudiera darle respuestas. George permaneció de pie, observándola, con la mandíbula tensa y las manos en los bolsillos.
—Quizá debería irme —murmuró él finalmente, rompiendo el silencio.
Brielle se giró hacia él de inmediato, con una mezcla de frustración y determinación en su mirada.
—¿Y qué? ¿Vas a dejar que John te mande como si fueras su propiedad? —respondió ella, incorporándose—. Esto no es sólo sobre mí, George. También es sobre ti.
George soltó un suspiro, pasándose una mano por el cabello.
—No quiero arruinar las cosas con él. John y yo hemos pasado por mucho...
—¿Y por eso tiene derecho a decidir con quién puedes hablar o a quién puedes visitar? —interrumpió Brielle, cruzándose de brazos—. Yo soy su hermana, pero eso no significa que pueda controlar mi vida.
George no respondió de inmediato. En lugar de eso, se acercó a la ventana, apoyando las manos en el alféizar. Su mirada se perdió en las calles tranquilas de Liverpool, pero su mente estaba lejos de allí.
—John tiene miedo —dijo, casi en un susurro—. Su mayor miedo es perder el control de lo que le importa. Y tú le importas más que nadie, Brielle.
—Lo sé —admitió ella, bajando la voz—. Pero eso no justifica que actúe como si pudiera manejar todo y a todos.
Un largo silencio siguió a sus palabras, roto sólo por el lejano sonido de una radio en la casa vecina. Finalmente, George se giró hacia Brielle, con una expresión que mezclaba tristeza y determinación.
—No quiero ser una razón para que ustedes dos se peleen.
Brielle lo miró fijamente, con una intensidad que lo hizo tambalearse.
—Tú no eres el problema, George. El problema es que John tiene que aprender a confiar en nosotros. En mí.
Ella dio un paso hacia él, su mirada suave pero firme.
—Si te vas ahora, le das la razón. Pero si te quedas... no sólo le demuestras que no tiene que preocuparse. También me demuestras algo a mí.
George parpadeó, sorprendido por la seriedad en su voz. Durante un momento, pareció debatirse entre dos mundos, dos lealtades. Finalmente, dejó escapar un suspiro y sonrió de lado, esa sonrisa tímida que siempre lo hacía parecer un poco más joven de lo que era.
— Lo consideraré está vez.
—¿Eso es un sí? —preguntó ella, alzando una ceja, aunque una sonrisa empezaba a curvar sus labios.