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El amanecer traía consigo un cielo despejado, pero la tormenta en el corazón de Brielle apenas comenzaba a disiparse. Después de dejar la chaqueta de George sobre la cama, permaneció sentada junto a la ventana, observando cómo los primeros rayos de luz transformaban las calles de Liverpool en un mosaico brillante de charcos.
El silencio de la casa era engañoso, una pausa antes de que todo se pusiera en marcha nuevamente. Mimi estaba en la cocina, ocupada con el desayuno, y John aún no había regresado. Brielle sabía que el regreso de su hermano significaría otra confrontación, pero ahora, algo dentro de ella se sentía distinto. La conversación con George había sembrado una chispa de claridad que comenzaba a iluminar su caos interior.
—¡Brielle! —llamó Mimi desde abajo—. Baja de una vez, el té está listo.
Suspirando, Brielle se levantó y se dirigió a la cocina, donde Mimi la esperaba con una mirada que, como siempre, mezclaba severidad y preocupación.
—¿No has dormido bien? —preguntó Mimi mientras servía el té.
—He tenido muchas cosas en la cabeza —respondió Brielle, evitando los ojos de su tía.
—Bueno, espero que al menos tengas una respuesta para John cuando vuelva —añadió Mimi, mientras colocaba un plato de tostadas en la mesa—. Porque ese muchacho no va a dejar las cosas como están.
El sonido de la puerta principal abriéndose interrumpió la conversación. Ambas mujeres giraron la cabeza al mismo tiempo, y los pasos pesados de John resonaron en la entrada.
—Ah, ahí está nuestro gran héroe —murmuró Mimi con sarcasmo, mientras Brielle se levantaba rápidamente de la mesa.
John apareció en la puerta de la cocina, su expresión aún cargada de tensión. Sus ojos se encontraron con los de Brielle, y por un momento, nadie dijo nada. Finalmente, fue Mimi quien rompió el silencio.
—Bueno, los dejo solos. No destruyan la casa, por favor —dijo, saliendo con su taza de té en mano.
John esperó hasta que Mimi se fue antes de cruzar los brazos y mirar a Brielle.
—¿Qué hiciste esta vez? —preguntó con un tono que no era tan agresivo como el día anterior, pero aún lleno de reproche.
Brielle apretó los labios, intentando encontrar las palabras correctas.
—Fui a hablar con George —admitió finalmente, su voz firme aunque su corazón latiera con fuerza—. Tenía que aclarar las cosas.
—¿Y qué significa eso? —replicó John, alzando una ceja.
—Significa que... no importa lo que tú pienses, George y yo somos amigos. Y si eso te molesta, es tu problema, no el mío.
John la miró fijamente durante varios segundos, su mandíbula apretada. Finalmente, suspiró y se dejó caer en una silla.