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Al anochecer el sonido del reloj en la sala de estar parecía más fuerte de lo habitual, marcando un ritmo implacable mientras Brielle permanecía inmóvil frente a la ventana de su habitación. Afuera, el bullicio cotidiano de Liverpool continuaba como si nada hubiese cambiado, pero dentro de ella, cada segundo pesaba como una eternidad.
La conversación con Mimi y John seguía rondando en su cabeza. Las palabras de su hermano, especialmente la mención de su madre, resonaban con fuerza, mezclándose con los recuerdos de la noche anterior con George. A pesar de las advertencias, a pesar de la culpa que comenzaba a formarse en algún rincón de su mente, había una parte de ella que se negaba a arrepentirse.
Sus dedos jugueteaban con un mechón de su cabello mientras sus pensamientos se entrelazaban. Recordó cómo las manos de George habían recorrido su espalda con una ternura que aún podía sentir, cómo sus labios habían hablado más que cualquier palabra que él hubiera dicho antes. Pero ahora todo eso estaba teñido de una nueva sensación: miedo.
Un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos.
—¿Qué? —preguntó con voz apagada.
—Soy yo —respondió John desde el otro lado.
Brielle tardó un momento en reaccionar antes de abrir la puerta. Su hermano estaba ahí, apoyado contra el marco, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
—¿Qué quieres? —preguntó ella, tratando de sonar indiferente.
John la observó en silencio por un instante, como si buscara algo en su rostro. Finalmente, habló, con un tono más contenido que antes, pero igual de firme.
—¿Qué está pasando entre tú y George?
La pregunta era directa, y Brielle sintió cómo el aire parecía volverse más denso a su alrededor.
—Nada. Ya te dije que no pasó nada.
—No me tomes por tonto, Brielle. Anoche desapareciste con él. ¿Qué crees que voy a pensar? —La voz de John tenía un matiz de dolor que ella no esperaba.
—No es lo que crees… —intentó, pero las palabras murieron en su garganta.
John dejó escapar un suspiro frustrado y pasó una mano por su cabello.
—Mira, solo quiero que te cuides. Y que me digas la verdad. Si George… si él intenta algo, quiero saberlo.
—George no me está usando, John —replicó ella, con un filo en su voz que sorprendió a ambos—. Él no es como tú piensas.
John la miró con incredulidad, sacudiendo la cabeza.
—Espero que tengas razón. Porque si no…
Brielle no lo dejó terminar.
—¿Qué harías? ¿Golpearlo? ¿Echarlo de la banda? —Sus palabras eran un desafío, y aunque su tono era fuerte, su corazón latía con fuerza descontrolada.