Capítulo 46: Las mariposas existen

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Capítulo 46: Las mariposas existen



JANA CLARK

Me sobresalté ahogando un jadeo cuando vi que era el comandante Hofmann, llevaba una camiseta sin mangas color verde, y su pantalón de camuflaje con las botas del uniforme, verlo hizo que el corazón casi se me saliera por la boca la ver esos profundos ojos azules que tanto me enloquecían mirarme y esa leve y diabólica sonrisa que curveaba sus labios, que fuera candente era su maldición. Mi cuerpo entero tembló y mi estómago se apretó, sentía que de repente me había puesto pálida al recordar como me tapó la boca anoche mientras yo no podía parar de gemir.

Como odiaba estar en medio de estos dos. Sentía que iba a desfallecer.

—Buen día, comandante Hofmann —dijo Donovan.

—Buen día, ¿pasó una buena noche, doctor Gustin? —dijo el comandante Hofmann agachándose para lavarse las manos con el agua del lago de manera casi distraída.

—Sí, aunque me mata la espalda —comentó Donovan—, es lo que odio de estas expediciones; dormir mal. Además de que Jana no dejaba de roncar.

Miré a Donovan casi ofendida de que se atreviera a hablar de mis ronquidos cuando literalmente él era el que parecía un oso gruñendo siempre que dormía.

—Yo no ronco. —repliqué cruzándome de brazos.

¿O sí lo hacía?

—Ah, lo comprendo —dijo el comandante Hofmann levantándose— anoche Jana hizo bastante ruido.

No respiré, sabía muy bien que no se refería al contexto que señalaba Donovan sino a mí gimiendo y jadeando «No puede ser que se ponga a hacer chistes de doble sentido ahora»

—¿Ya ves? —me dijo Donovan— No dejaste dormir al comandante Hofmann.

—Al contrario —dijo Maximilian—, tuve una muy placentera noche.

«Hijo de las mil p...» lo peor es que Donovan siguió hablando de los campamentos y las tiendas de acampar completamente ajeno a lo que dijo el comandante Hofmann.

No podía seguir aquí.

—Me disculpan —murmuré sintiendo que estaba ya sudando. Me di la vuelta y me devolví hacia donde estaban los demás.

Era algo que me encantaba y me irritaba de Maximilian, su cinismo, su forma de ser, su determinación, me encendían sin ni siquiera mirarme o hablarme directamente, aceleraba mi pulso y mi respiración. ¿Como era posible que alguien me causara todo esto solo con existir?

Necesitaba respirar. Me senté encima de un tronco con la mirada fija a algún lado del piso intentando enfocarme en la expedición y dejar a Maximilian a un lado, pero, creo que era imposible, se me había colado hasta los huesos.

—¿Estás bien?

La voz de Lindsay me hizo salir de mí ensimismamiento, ella tenía dos tazas de café en las manos y me ofreció una.

—Gracias —dije—. Ehm, sí estoy bien, ¿por qué?

Ella se sentó a mí lado, ambas tomando café mientras todos los tenientes seguían arreglando todo para nuestra salida. El café estaba caliente justo lo que necesitaba para iniciar el día.

—Te escuché discutiendo con el doctor Gustin ayer —dijo Lindsay—, supuse que tenía problemas por el comandante Hofmann.

Fruncí el ceño y la miré.

—¿Por qué crees que tenemos problemas por él?

—Por la ley que impuso.

Lo pensé por un momento, la absurda ley donde él especificaba que no podía haber relaciones entre el personal, me parecía de lo más hipócrita.

Perdición (+21) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora