LXXVI - La despedida

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La mañana del domingo, Iris empieza su rutina como si estuviera en piloto automático: se levanta aturdida y restregando sus ojos, va al baño a hacer sus necesidades y después se lava la cara, luego se cambia de ropa y se acerca a su tocador, a ver...

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La mañana del domingo, Iris empieza su rutina como si estuviera en piloto automático: se levanta aturdida y restregando sus ojos, va al baño a hacer sus necesidades y después se lava la cara, luego se cambia de ropa y se acerca a su tocador, a ver el dije en forma de llave que siempre guarda en un alhajero plateado, pero al abrirlo, descubre que está vacío. Se sorprende y empieza a revisar todo su cuarto, dejándolo desordenado.

De repente tocan a la puerta y su tío se anuncia; con voz muy alterada, Iris le pide que pase y él se apresura al notar su tono. La ve buscando algo con mucha desesperación y cuando ella le confiesa qué es, él se acerca para detenerla e intentar calmarla.

—No te preocupes, yo se dónde están, de hecho, vine para llevarte al jardín, hay algo que tenemos que decirles a Ángel y a ti.

—Me estás asustando, tío.

—Solo vamos, ¿si? —suplica.

Cuando llegan, Ángel y Takuya están sentados en las bancas del jardín con vista al árbol.

—Estamos aquí, hermano.

En cuanto los anuncia, las miradas de los muchachos chocan y presienten algo. Andre y Takuya abren sus palmas frente a ellos, mostrando el candado hacia Ángel y la llave a Iris, en ese momento estos reaccionan intensamente, la luz en esta ocasión es tornasol; los jóvenes sienten lo mismo que cuando se besaron; pensaron que era solo lo que ellos sentían por el otro, pero en realidad, era la última pieza. Los cuatro, no, esta vez, las siete personas de esa casa, así como los nuevos y antiguos lazos creados en ambos mundos, se funden en uno; todos pueden sentirlo en ese instante, aunque no entiendan de donde proviene. Dos imágenes salen de los artículos, colocándose frente a los jóvenes y mostrándoles una sonrisa, colocan una mano sobre los objetos.

—Mamá…

—Iros-mano…

Pronuncian al mismo tiempo, con los ojos abiertos de par en par y llenándose de agua a cada segundo, hasta que se desbordan.

—Es tiempo… —dice Takuya.

Iris sacude la cabeza, como negando algo.

—¿Qué quieres decir?

—Vamos, se que lo entiendes, hija.

—No, pero yo… —murmura Ángel, hacia la imagen de su hermano.

Su vista se desvía hacia Iris, que se encuentra igual mirándolo desconcertada y sus respiraciones se alteran, por la presión que sienten en sus almas.

El viento helado comienza a sentirse, pero va acompañado de lo que parecen chispas de colores; en realidad, los copos de nieve reflejaban la luz tornasol. Los hombres los animan a tomar los tesoros una vez mas y los jóvenes vuelven a mirarlos, algo los impulsaba desde todas direcciones, hacia esos objetos, sus manos inconscientemente se buscan y cuando sienten la calidez del otro, todo se detiene a su alrededor, se miran y sin pronunciar palabra, asienten y por fin toman los artículos. Lentamente, se colocan frente a frente, sin soltarse y muestran los objetos al otro. Iris introduce la llave en el candado y la gira.

AngelineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora