Capítulo 30.

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Capítulo 30.

"Todos en su momento nos preguntamos qué tan ciertas eran las acusaciones que se hicieron contra José Lázaro Obrero, ésas que aseguraban que estaba metido en el narcotráfico, y mucho más cuando la 'blogger' que lo acusó desapareció sin dejar huella. Quizás, en aquél momento podríamos haber creído que ella era otra persona con deseos de llamar la atención, pero no hace ni una semana que la joven publicó en su blog que fue obligada a abandonar México, lo que lo pone uno a pensar en qué tan ciertas habrán sido sus declaraciones, si de verdad 'alguien' la obligó a cerrar la boca"...

El hombre apoyó el periódico, ya maltratado de tantas veces de haber sido leído, sobre la mesita de caoba en la que descansaba también su taza de té. Ese brebaje potente, preparado a la antigua con hojas maduras, no se podía comparar con un buen café de grano, pero era lo único que él podía permitirse a esas alturas de su vida. "Estas malditas agruras", gruñó. "Ya no se resisten como antes". En realidad no eran las agruras lo que le impedían tomar café, sino su corazón. Un par de años atrás, el hombre había sufrido un ataque al corazón que lo dejó fuera de contienda durante varios meses; su médico le había dicho que volver tan pronto a las "andadas" podría ocasionarle un infarto fulminante, pero él no lo escuchó. El país necesitaba ser salvado y no se podía detener por nimiedades como una enfermedad del corazón. Además, no eran sus coronarias tapadas lo que ocasionaba ese malestar en el pecho, sino ese maldito reportaje. No era el creer que eran puras mentiras lo que lo hacía enojar, sino el darse cuenta que el analista tenía toda la razón.

José Lázaro Obrero sabía que algo le había torcido el destino, y ese algo iba a cobrarle la factura tarde o temprano. No podía culpar a la jovencita del blog, no totalmente, ella sólo había sacado a la luz cosas que sí hizo él; si no lo hubiera dicho ella lo habría hecho alguien más, ¿no era así? Pero si él se ponía a pensarlo detalladamente, tampoco era culpa suya. Lázaro Obrero era un joven inexperto e ingenuo cuando tomó la decisión de inmiscuirse con el narcotráfico para impulsar su carrera política. ¿Qué político en México no había pasado por algo así? Realmente eran pocos los que habían decidido no apoyarse en los cárteles para quitarse de encima a un enemigo, más bien eran pocos los que no sabían cubrir bien sus huellas y acababan siendo descubiertos, como le había pasado a él. Pero José Lázaro Obrero siempre había creído que el fin justificaba los medios y sí, había seguido un camino sucio y deshonesto pero todo tenía una justificación de ser: él era el político destinado a salvar a México.

Sin embargo, ahora el pasado llamaba reclamando una deuda pendiente. El analista político que había publicado el artículo sobre él y los motivos que podrían llevarlo a perder la presidencia no era el único que pensaba que Silver Words había dicho la verdad. Muchos de sus enemigos, y también varios de sus aliados, habían comenzado a creer que el dinero de los proselitismos de Lázaro Obrero provenía de fuentes sucias. De hecho, un par de candidatos, que hasta antes de la publicación de la lista de Silver Words habían sido muy leales a él, ahora lo habían rechazado públicamente, cortando todo nexo con su partido político. "Las ratas que abandonan el barco", pensó Lázaro Obrero. "Creen que mi carrera política está acabada sólo por las palabras de una chiquilla...". Unas palabras que eran ciertas, y que si su peor enemigo (en esos momentos sentados en la Silla del Águila) se ponía a investigar, podrían darle fin a sus sueños de dirigir la mal llevada nación azteca.

El hombre se puso en pie. La espalda le dolía en días particularmente húmedos, gracias a un accidente de esquí que tuvo años atrás cuando fue con su hijo de vacaciones a Suiza. En México, Lázaro Obrero se había jactado en muchas ocasiones de ser un candidato "del pueblo", viajando en aviones comerciales y usando los transportes urbanos comunes cuando necesitaba dar una buena imagen, pero en su vida privada se dedicaba a viajar con lujo, sobre todo cuando salía con su familia. "Al pueblo mexicano se le puede engañar muy fácilmente", pensó Lázaro Obrero, mientras buscaba sus pastillas para el dolor. "Basta con que te pasees en el metro o en el aeropuerto y dejes que la gente te tome dos o tres fotos para que todos crean que eres diferente, que eres como ellos". Pero había algo que los mexicanos nunca perdonarían: que uno de sus líderes hiciera pactos con el narcotráfico, o por lo menos, que esos pactos salieran a la luz pública. Y Lázaro Obrero temía que si se propagaba el virus que había liberado Silver Words con su blog, él volviese a perder las elecciones presidenciales por segunda ocasión. Ya le habían robado las previas en un fraude claramente demostrado, pero podría perder de verdad las del próximo año si la gente llegaba a darse cuenta de que Silver Words había dicho la verdad.

El Sonido del Silencio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora