Capítulo 23.

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  • Dedicado a Elieth Schneider
                                    

Capítulo 23.

La gran mayoría de los integrantes de la Orquesta Filarmónica de Berlín no comprendían cómo era que tres hombres tan diferentes como lo eran Johann Lorenz, Alexander Wald y Hans Kirsche pudieran ser amigos; muchos creían que simplemente era una cuestión de mero interés, que Hans buscaba a los otros dos por dinero y éstos a él por protección, pero la verdad era que esa gente no podía estar más equivocada, porque Johann, Alexander y Hans sí eran verdaderos amigos, de ésos que están siempre en las buenas y en las malas, y que forman una sociedad unida y difícil de romper, a pesar de que los tres eran tan diferentes entre sí como el mar, el bosque y las montañas, como bien pensó Adrianne Teyer la primera vez que los vio juntos.

Para las personas que los conocían mejor, Hans Kirsche siempre fue considerado como el punto de equilibrio que hacía falta en la amistad que tenían Alexander Wald y Johann Lorenz. Los que tampoco entendían cómo era posible que alguien tan irreverente y rebelde como Alexander pudiese ser amigo de una persona tan seria y recta como Johann, creían firmemente que Hans era el causante de esa unión (sólo eso podría tener algo de lógica), aunque Alexander y Hans se hicieron amigos mucho antes de que aquél se atreviera a acercarse a Johann. Para el violinista y el pianista era algo tan simple como que Hans era el contrapeso que hacía falta entre ellos dos, la sensatez y sutileza que les faltaba a ambos, aunque no era un punto de unión indispensable.

Si bien Johann no lo quería admitir abiertamente, Hans y su esposa Helga fueron un apoyo fundamental en un momento crucial de su vida, así como Hans era para Alexander un consejero que siempre estaba dispuesto a escucharlo, además de un excelente e incondicional compañero de parrandas, dos almas alegres que se complementaban bien gracias a la cerveza y al fútbol. Johann y Alexander apreciaban a Hans como a un amigo auténtico, aunque cada uno a su manera peculiar, y él los quería a ambos con un cariño que vagaba entre el de un hermano mayor y el de un padre.

Cuando Alexander llegó a la Filarmónica de Berlín, Hans fue de los primeros en darle la bienvenida, y el único en invitarlo a su casa a comer para conocerlo mejor, en una costumbre que quedaba un poco fuera de lugar de acuerdo a la manera de ser de los alemanes. Si se hubiese tratado de cualquier otra persona muy probablemente Alexander habría rechazado la invitación, pero él descubrió muy pronto que Hans es de esos hombres extraordinarios que se ganan la confianza de los demás de manera inmediata debido a su carácter transparente y sincero. El alemán no mentía por mentir, nunca hablaba mal de nadie y jamás envidió algo que no le perteneciera, porque había sido criado para apreciar todo lo que llegara a su vida, bueno o malo, y siempre tenía una palabra de consuelo y una sonrisa sincera para todo aquél que se le cruzara en el camino, así como su amistad para el que quisiera recibirla.

La segunda cosa que Alexander descubrió de Hans era que él siempre invitaba a comer a su casa a todo aquel músico que llegara a la Filarmónica, con la esperanza de hacer un nuevo amigo y, quizás, aprender de él. Con todo esto, a Alexander le fue muy difícil decirle que no, y no habría de arrepentirse de ello.

- En ese sentido soy egoísta.- había confesado Hans, en aquella primera comida en casa de los Kirsche.- Soy consciente de que yo no soy un músico nato, sólo tengo muchas ganas de tocar y un par de buenos pulmones, por eso siempre estoy dispuesto a aprender de todo aquél que sí tiene talento y esté dispuesto a enseñarme algo.

- ¿Y por eso nos invitas a comer?.- había cuestionado Alexander.- ¿Aun cuando no toquemos el mismo instrumento que tú?

- Si no puedo aprender algo, al menos habré ganado un amigo.- había respondido Hans con su sonrisa sincera.- Pero hasta la fecha no he encontrado a nadie que no me haya enseñado algo nuevo.

El Sonido del Silencio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora