Capítulo 28.

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Capítulo 28.

Nadie es totalmente bueno ni totalmente malo. Son las circunstancias que nos rodean las que nos empujan hacia uno u otro bando...

La pulsera de oro tintineó cuando Charlotte la levantó. Le encantaba esa pulsera, era su favorita porque fue la que le regaló su padre cuando cumplió los dieciséis años. En aquélla época, Charlotte creía firmemente que su padre era un hombre rico y poderoso, alguien que podía obtener lo que quisiera cuando lo quisiera. Ella no prestaba atención a las arrugas que se multiplicaban alrededor de sus ojos conforme iban pasando los meses y Konrad no conseguía que el heredero de los Lorenz regresara bajo su tutela, así como tampoco prestaba atención al hecho de que el abogado pasaba cada vez más tiempo en las páginas de apuestas en línea. Por supuesto, tampoco se enteró de esa vez en que golpeadores profesionales le habían dado una tunda a Konrad para obligarlo a pagar sus deudas, y se creyó por completo la historia qué le contó asegurando que había sido asaltado a plena calle. Para Charlotte era imposible pensar que algo pudiera ir mal en su universo perfecto en donde ella era el centro y Konrad se esmeraba en darle todo lo que deseaba; sin hermanos y con un padre así, a ella no le importaba nada más que ella misma, y por supuesto que eso incluía el no interesarse por lo más mínimo en los cuatro niños huérfanos a los que Konrad estaba estafando. Al cerrar el broche de la pulsera alrededor de su muñeca, la joven se preguntó si su vida habría sido diferente de haberse quedado a vivir con su madre... aunque para eso, ésta debería haber querido conservar a su hija, de primera instancia.

"Para empezar", le dijo a su reflejo en el espejo, "para que yo me hubiera quedado con mi madre, ella habría tenido que quererme".

Charlotte alejó ese pensamiento molesto de su mente, el único que realmente perturbaba su mundo, y lo sustituyó por la certeza de saber que, si ella hubiese estado en otra situación, no habría podido conseguir algo que su padre jamás consiguió: ganarse la confianza de Johann Lorenz. No era tan difícil cuando se trataba de un joven con impulsos sexuales como los de cualquier muchacho, y ella se trataba de una mujer que se esforzaba por aparentar que era capaz de calmar esos impulsos. Todos los hombres, por muy rectos o mojigatos que fueran, acababan por no resistirse al encanto de un bien formado cuerpo femenino, y Charlotte se había sentido complacida cuando descubrió que, por mucho orgullo que tuviese Johann, éste seguía cayendo ante las trampas de la seducción de una mujer preparada. Ella había pensado que quizás necesitaría recurrir al alcohol para convencer a Johann de dejarse llevar por sus pasiones, pero no hubo la necesidad: el pianista se dejó seducir al cabo de unos cuantos meses de manipulación femenina bien llevada.

La mujer tampoco tardó mucho en darse cuenta de que Johann era un joven con profundos traumas, nacidos a raíz de las cosas que le tocaron vivir. Muy seguramente, de haber seguido vivos los Lorenz, Johann habría acabado siendo un muchacho engreído y quizás un tanto egoísta, extremadamente vanidoso por su talento y su estirpe musical, pero la vida le había trocado esa personalidad en una más humilde e introvertida, tan reservada que a Charlotte le costó trabajo conseguir que él expusiera sus sentimientos con ella. En algún momento de debilidad, Johann le había revelado a Charlotte cómo sucedieron las muertes de sus padres y de sus abuelos, ocurridas todas en el lapso de dos años, así como su desesperada lucha por mantener juntos a sus hermanos y sobrevivir. Cuando Johann acabó su relato, durante un fugaz instante Charlotte sintió compasión por él y por los tres niños que se habían quedado a su cuidado, pero sólo durante un fugaz instante, tras el cual ella volvió a endurecerse.

"Son ellos o soy yo. Así de simple".

En cierto modo, si había algo por lo que tenía que compadecer a Johann era por su ingenuidad.

El Sonido del Silencio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora