Capítulo 22.

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Capítulo 22.

La alfombra hizo un suave fru-frú cuando Lorenzo DiSteffano pasó rozándola con sus elegantes y costosos zapatos italianos. Cada vez que él caminaba sobre esa finísima moqueta, no podía evitar pensar en que, hacía unos veinte años, su padre habría tenido que gastar el sueldo de varios meses para poder comprarse unos zapatos como los que Lorenzo usaba en esos momentos, y ese pensamiento siempre lo hacía esbozar una sonrisa de nostalgia. Era cierto, él había llegado muchísimo más lejos de lo que lo había hecho su padre (e incluso, más lejos de lo que el señor DiSteffano vaticinó para su único hijo), pero Lorenzo sabía que había pagado por esto, sin quererlo ni pretenderlo, un precio bastante alto.

Al entrar, sin embargo, en el último piso del edificio en donde se encontraban las oficinas centrales de la Ferrari, Lorenzo dejó de pensar como él mismo y pasó a ser el Guardián en las Sombras, el sigiloso vigilante que tenía la reputación mejor labrada como guardaespaldas de la Mafia, alguien que era conocido incluso entre los altos rangos de varios grupos criminales (la mafia rusa, la chipriota, la colombiana y, sí, la mexicana, entre otras); tan buena era la reputación del Guardián en las Sombras para esconderse en cualquier resquicio sin hacer el menor ruido que, hasta ese momento, nadie fuera de su mafia había conseguido adivinar un movimiento suyo. Mejor dicho, nadie que no fuera Jäger podría predecir sus movimientos (el resto de sus compañeros tampoco detectaban su presencia), el Guardián en las Sombras eran tan silencioso, rápido y sutil que cuando los enemigos se daban cuenta de que él estaba acechándolos, ya estaban a un paso de una mejor vida (o de una peor, todo depende del cristal con que se mire). Se había corrido el rumor de que muchos hombres poderosos habían intentado obtener, a cualquier costo, a un guardaespaldas tan exacto como Lorenzo, pero aunque alguno de ellos hubiese podido contactar al Guardián en las Sombras (cosa que era menos que imposible), el jamás habría aceptado abandonar a Jäger, el hombre al que juró proteger hasta la muerte. Y una cosa era segura: nadie era más leal y fiel a su palabra que Lorenzo DiSteffano.

Al abrir las lujosas puertas de grueso cristal que cerraban la antecámara de la oficina del presidente de la Ferrari, Lorenzo vio ahí a un hombre de cincuenta y tantos años, vestido con un traje gris oscuro, a quien él conocía como Marcelo Attesi, alguien que no debería de estar ahí porque no tenía ningún puesto en la Ferrari pero que, sin embargo, estaba. Lorenzo torció su boca en un gesto agrio, porque sabía que el que Marcelo estuviera ahí era un indicativo de lo grave del asunto a tratar con el jefe.

Francesco Ferrari tenía una política bien clara, algo que le había hecho entender a sus hombres, casi literalmente, a patadas: Sus dos vidas siempre debían estar perfectamente separadas entre sí, de una manera tan exacta que casi podía verse la línea que dividía a Francesco Ferrari, el hombre de negocios, de Jäger, el líder de la Mafia Italiana. Sus hombres tenían terminantemente prohibido hablar de asuntos de la Mafia en cualquier sitio en donde Julieta (o sus hijos) pudiera estar presente; no es que Julieta Ferrari no supiese cuál era el "pasatiempo" en el que su marido ocupaba sus ratos libres cuando no estaba en la empresa, todo lo contrario, Julieta estaba perfectamente enterada de que su esposo era el líder de la Mafia Italiana (las palabras textuales que la soprano de origen brasileño dijo al enterarse de este detalle de la vida de Francesco, poco antes de que él le pidiera matrimonio, fueron: "Prefiero estar en el ojo del huracán que en la periferia", lo que habló en gran medida de su carácter realista y poco puritano, y de lo mucho que ella estaba consciente de la forma en cómo funcionaba el mundo), y precisamente por esto es por lo que Francesco tenía prohibido que alguien tocara temas relacionados a la mafia cuando Julieta estuviera presente. Él había perdido a su madre en un tiroteo ocasionado por los enemigos de su padre (el mismo atentado en donde fallecieron los padres de Lorenzo), y al conocer a Julieta juró que no permitiría que la Mafia le arrancara a la segunda mujer que más amaba en la vida. De tal manera que Lorenzo DiSteffano (el segundo al mando), Marcelo Attesi (quien fuese alguna vez el segundo de Alessandro Ferrari, el anterior jefe y padre de Francesco, y que actualmente era el tercero al mando de éste) y todos los demás que trabajaban en ese asunto tenían estrictamente prohibido acercarse a la Ferrari con un tema "mafionil".

El Sonido del Silencio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora