Capítulo 25.

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Capítulo 25.

A pesar de haber leído el anuncio (traducido) al menos unas diez veces, él aún no acababa de creer lo que ahí decía. Era algo tan intenso que parecía mentira, tenía que ser mentira.

En la pantalla de la computadora, el mensaje saltaba a la vista cual si hubiera sido escrito en letras de color rojo, aunque en realidad estaba plasmado en letra color plateado oscuro sobre un fondo púrpura rojizo; él, que comenzaba a conocerla mejor de lo que ambos creían, sabía que ella había elegido ese tono no sólo porque el púrpura era su color favorito, sino también porque ése era el color de la sangre seca, un doble simbolismo oculto a simple vista.

Alexander aún estaba sorprendido por lo que acababa de leer en el blog de Silver Words; casi esperaba que en algún momento el mensaje cambiara para dar paso a una leyenda que dijera: "Mi blog ha sido hackeado, yo sería incapaz de escribir algo así", pero él sabía bien que ella sí había escrito eso, había reconocido su estilo y su ardiente personalidad en cada una de las letras que estaban estampadas en ese mensaje de adiós. Esa despedida era muy Adrianne, sorprendente y, al mismo tiempo, exasperante.

"No, no es una despedida", pensó el italiano, mientras tamborileaba con sus dedos sobre el escritorio de caoba, un regalo que le hizo su madre cuando se fue a vivir solo. "Es un desafío. ¿En qué estabas pensando, Adrianne, cuando decidiste escribir esto? ¡Cualquiera que lo vea pensará que es una maldita provocación!".

Él no esperaba encontrar activo el blog de Silver Words, dado que Adrianne había dicho que lo eliminaría, pero algo le hizo teclear estas palabras en Google y se sorprendió al ver que aún estaba abierto, más importante aún, que había sido recientemente actualizado, a la misma hora en la que la joven había asegurado que lo borraría. El mensaje estaba en español, por supuesto, pero era lo suficientemente largo como para que Alexander tuviera el presentimiento de que no era un mensaje de claudicación.

Durante un par de días, él estuvo tentado de enseñarle a Renée el blog y pedirle que le tradujera el mensaje ("debo aprender a hablar español", se dijo Alexander), pero llegó a la conclusión de que, si su presentimiento era correcto, el mensaje podría ocasionar que Renée se preocupara, además de que crearía un conflicto entre primas, por lo que desechó la opción. Alexander consideró entonces el pedirle ayuda a Carlos Bustamante o a cualquiera de los otros músicos de la Filarmónica que hablan español, pero casi de inmediato supo que tampoco era buena idea debido a que cualquier persona que podría ayudarlo querría saber de quién era el blog y por qué Alexander estaba tan interesado en él, y éste primero se dejaría cortar la lengua antes que soltar información sobre Adrianne (sobre todo a Bustamante, que no se había separado de ella en las últimas semanas), así que la opción más viable sería usar un traductor. La traducción no fue tan mala como Alexander esperó ("estos programas son una porquería", pensó), pero le causó tanto impacto el mensaje que por un momento creyó que algo había fallado. No le tomó mucho tiempo darse cuenta de que todo era real y que Adrianne había vuelto a cometer una imprudencia, tal y como había hecho cuando se lanzó a confrontar a los guardaespaldas de Julieta Ferrari.

El italiano no sabía si exasperarse por esa idiota actitud suicida de la chica ("que muchos podrían confundir con audacia"), enojarse por la total inconsciencia de sus actos ("lo peor del caso es que creo que sí está consciente de ellos, simplemente los ignora") o si admirarla por el poco interés que le tenía a su propia seguridad ("creo que esto último es lo que más me aturde, que no se sienta cohibida por el pasado que pende sobre su cabeza"), o todo al mismo tiempo. De lo que sí estaba seguro era de que por encima de estas sensaciones estaba el imperioso deseo de proteger a Adrianne a cualquier costo, aunque sabía que no tenía derecho alguno a hacerlo.

El Sonido del Silencio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora