Capítulo 49.
Adrianne se miró al espejo sin saber muy bien qué esperar; le devolvió la mirada una mujer cansada, la imagen de alguien que ha vivido muchas experiencias en poco tiempo y que no ha sabido sobrellevarlas de la mejor manera. Se sorprendió al darse cuenta de que sus ojos negros tenían cierto tinte de resignación y que habían perdido un poco su luz. ¿No se suponía que las embarazadas irradiaban luz y quién sabe cuántas tonterías más? Bueno, empezaba a ser obvio que ella no sería una embarazada típica.
La joven aún no podía creer que el asunto fuera cierto; había leído muchas notas sobre experiencias de embarazadas y no se sentía identificada con ninguna de ellas. No tenía vómitos, no estaba todo el tiempo muriéndose de hambre ni, tampoco, tenía esa "sensación de embarazo" que tan alegremente pregonaban los libros (¿Sensación de embarazo? ¿A qué imbécil se le ocurrió semejante tontería, de cualquier modo?). No se sentía particularmente feliz ni radiante ni emocionada, incluso su rostro había ganado palidez y su piel comenzaba a resentir los efectos de la depresión. Quizás, lo único que sí había obtenido Adrianne con el nuevo ser que vivía dentro suyo eran unas náuseas muy leves que le daban por las mañanas al levantarse y que la hacían rechazar la comida, cualquiera que fuera, antes de las nueve.
Mientras se miraba al espejo y cepillaba su largo y lacio cabello de color castaño oscuro (el cual pronto perdería las mechas rojas porque en alguna parte había leído que los químicos de la tintura para el cabello podían dañar al bebé), Adrianne resistió la tentación de agarrarse el vientre mientras se contemplaba en el espejo, como hacían todas las heroínas embarazadas de las películas cursis que tanto le gustaban a Gabriela. No tenía ganas de imaginarse cómo se vería en nueve meses, con el vientre redondo y a punto de explotar. ¿Realmente estaba pasando por eso, no había posibilidades de que todo fuera un error? No, se había hecho la prueba dos veces y las dos confirmaron el suceso, además de que la regla seguía sin llegar y era casi seguro que no la tendría en un buen lapso de tiempo. Con desgana, Adrianne decidió aplicarse un poco de maquillaje porque, muy a su pesar, su cara mostraba signos de "marchitamiento", como solía decir su madre. No era para menos, hacía casi un año que había tenido que huir por su vida y ahora estaba luchando por traer al mundo a una nueva vida a la que tendría que cuidar sola porque su padre había resultado ser un maldito cabrón que no le avisó que estaba casado.
- Si existieran medallas al más idiota, yo me llevaría siempre la de oro.- dijo Adrianne, en voz baja, mientras salía de la casa Lorenz sin avisarle a nadie a dónde iría. Johann había insistido en que se mudara de habitación y lo había hecho pero no por eso cambió sus hábitos de no dar parte a la servidumbre cuando dejaba la casa.
Durante el trayecto al sitio en donde el barón Von Kleist la había citado para continuar con el intercambio de información de su artículo, Adrianne volvió a hacerse la pregunta que llevaba días atormentándola: ¿Debía quedarse con el niño o no? Una parte de ella no estaba lista para convertirse en madre y ser responsable de alguien más, pero otra le insistía que ese hijo era de Alexander y que por lo mismo no podía dejarlo ir. La joven había decidido que, mientras no tomara una elección definitiva, no le revelaría a otra persona que no fueran Johann y Renée que estaba embarazada, ni siquiera a Dalia. Aún no sabía, tampoco, qué hacer para que Alexander no comenzara a preguntar por el padre de ese bebé, era obvio que se daría cuenta de inmediato que no podría ser otro sino él.
- Me espera el barón de Von Kleist.- dijo Adrianne al camarero del elegante restaurante en donde el alemán la citó.
Aunque el hombre le agradaba, a la reportera le incomodaba que siempre eligiera reunirse con ella en lugares lujosos, a pesar de estar consciente de que el barón lo hacía para no llevarla a su suntuosa casa, sitio reservado para sus amigos más íntimos. Por supuesto que el alemán se ocupaba siempre de pagar la cuenta pero eso sólo empeoraba las cosas a sentir de Adrianne, ella hubiera preferido que se reunieran en la biblioteca de la ciudad o incluso en la misma Berliner Philarmonie pero el barón era demasiado quisquilloso en ese sentido. Tras estar esperando durante un rato a su acompañante, un camarero se acercó a ella llevando un sobre, lo que le recordó a la joven la ocasión en la que Charlotte Weiss le envió una invitación mientras estaba en compañía de Von Kleist. ¿Cómo había sabido Charlotte que Adrianne estaba con el barón? Ésa era una de las incógnitas que la chica tenía y que probablemente nunca resolvería. En cualquier caso, el camarero le tendió el nuevo sobre junto con una breve explicación.
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El Sonido del Silencio.
RomanceUna joven reportera mexicana busca una segunda oportunidad en Europa tras haber sido desterrada de su país debido a ciertos roces que tuvo con el narcotráfico; mientras trata de reconstruir su vida en el Viejo Continente, ella convivirá con personas...