Capítulo 20.

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Capítulo 20.

Después de algunos contratiempos y demoras menores, que no afectaron en gran medida el itinerario planeado, el grupo llegaba al fin a la última parada del viaje: Roma.

Ir a Italia y no visitar Roma era no haber conocido Italia, o eso era lo que Alexander decía. Capital del Imperio Romano, la Ciudad Eterna, célebre metrópoli que continúa conservando su antiguo esplendor glorioso, aunque contaminado por las modernidades del mundo actual, Roma seguía siendo el corazón de la cultura italiana y de Italia misma, soportada por sus tres siglos de historia. La urbe bullía de actividad desde muy temprana hora y no se marchaba a dormir sino hasta muy entrada la noche, apoyada por la prolongación de la luz diurna en esas latitudes durante el verano. Por otro lado, siendo además la sede del corazón de la Iglesia Católica, era visitada anualmente por miles de fieles que deseaban penetrar en los extranjeros territorios del enclave del Vaticano con la esperanza de ver al Sumo Pontífice, líder supremo de esta religión.

- ¿Recuerdan cuando falleció Juan Pablo II?.- preguntó Alexander, en el momento en el que los jóvenes pudieron apreciar las torres de la Basílica de San Pedro durante algunos minutos, mientras se dirigían al hotel.- ¿Cuándo la gente se quedó durante varios días en la Plaza de San Pedro, a velar por la salud del moribundo Papa?

- Lo vi por televisión.- contestó Adrianne.- En León, mi ciudad natal, la mayoría de la población es muy católica y adoraban a Juan Pablo II, en esos días no se hablaba de otra cosa.

- Pues mi madre vino en persona hasta el Vaticano, a orar por el Papa junto con otros miles de fieles más.- respondió Alexander, esbozando una leve sonrisa.- Ella quería quedarse hasta su funeral, pero mi padre no se lo permitió; sin embargo, regresó para la elección de Benedicto XVI, ella fue una de las tantas personas que festejó la aparición de la fumarata blanca*.

- ¿Tú la acompañaste?.- preguntó Nadja, curiosa.- Me hubiera gustado venir.

- No, yo me quedé en Alemania.- respondió Alexander, sonriéndole a la chica.- Y a mí no me habría gustado estar presente, siempre hay demasiada gente en este tipo de eventos y la espera puede llegar a ser muy larga. Honestamente, estar parado durante horas aguardando a que el humo cambie de color es muy cansado para alguien que no es tan devoto, como yo, pero para alguien que sí lo es, como mi madre, acudir a la elección de Benedicto XVI fue un gran acontecimiento.

- A pesar de eso, ¿cómo es que dejaste que ella viniera sola?.- preguntó Patrick, asombrado, conociendo lo sobreprotector que es Alexander con su madre.- Con lo peligroso que debió ser el estar en ese sitio.

- Bueno, no es como si mi madre hubiese estado sola.- señaló Alexander, con una sonrisita de complicidad.- Mi padre insistió en acompañarla, y no iba a ser yo quien le quitara la intención al señor Wald.

Había cierto gozo oculto en las palabras de Alexander, igual a la alegría que experimentaría un niño que vuelve a ver juntos a sus padres; Adrianne iba a hacer un comentario al respecto pero fue Johann quien se adelantó a sus palabras, siguiendo la misma línea de pensamiento.

- Para estar "divorciados", tu padre se preocupa mucho por tu madre.- señaló Johann, perspicaz.- He notado que el señor Wald acompaña a tu madre a casi todos los viajes que ella realiza, y cuando él no puede seguirla, siempre busca quién la acompañe.

- Tengo la teoría de que ellos siguen enamorados, pero que, a estas alturas, tras tantos años de fingir que no se aman, no encuentran la manera de demostrar lo contrario.- contestó Alexander, con una enorme sonrisa.- Así que mi madre se dedica a preocuparse por la salud de mi padre, mientras que él la acompaña a cualquier evento sin sentido al que ella quiera ir. Ésa es su manera de decirse que se aman.

El Sonido del Silencio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora