Capítulo 58.

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Capítulo 58.

Habían pasado casi dos semanas desde la cirugía cuando a Adrianne le recomendaron que reiniciara poco a poco sus actividades, pero ella no quería seguir pasando la mayor parte del tiempo en cama y decidió reunirse con el barón para darle las gracias por todas las atenciones que había recibido de él. No avisó que saldría porque no la hubiesen dejado hacerlo, lo que quizás habría sido mejor pero Adrianne necesitaba despejar su mente y limpiarla de las dudas que la acosaban desde que despertó de la cirugía. Le daba la sensación de que la impresión general que se tenía sobre Alexander en la casa había cambiado sutilmente para bien y ella no sabía por qué. Johann continuaba hablando de él a su favor aunque sólo cuando Renée no podía escucharlo y los otros tres Lorenz se veían menos deprimidos. Adrianne sabía que le estaban ocultando cosas pero se había cansado de intentar averiguar de qué iban esos secretos que se gestaban tras la puerta cerrada de su habitación.

En su bolsa llevaba las famosas libretas moradas en donde había redactado su historia. Lo pensó mucho antes de decidirse a llevarlas en esa ocasión, no estaba segura de que ésa fuese una forma glamorosa de presentárselas al barón pero fotocopiarlas y armar otro borrador significaba que tendría que dejar que alguien más viera su historia y no tenía tiempo suficiente para transcribirla a computadora así que se resignó a dejar que el barón viera las libretas, esperando que no fuese la peor decisión de su vida. Adrianne estaba consciente de que ésa era una oportunidad que no debía dejar pasar si quería darle un rumbo diferente a su vida, a pesar de que el estómago se le encogía por el estrés de pensar que tendría que dejar que un completo desconocido leyese su primera y única novela.

Antes de ir con el barón, la reportera acudió con un profesional a que le arreglara el cabello. Le deprimía ver su pelo descolorido y maltratado y no deseaba que Von Kleist la regañara por este detalle así que hizo cita en la primera estética que le apareció en Internet, esperando que ahí tuvieran una mejor idea de qué hacer con su cabello. La chica que la atendió era dulce y acomedida y le sugirió que retocara las mechas rojas ya que en realidad no necesitaba de mucho para verse bien.

- Si yo tuviera un cabello tan oscuro como el tuyo, me encantaría traer esas mechas rojas para levantar pasiones con mi combinación de cereza y chocolate.- dijo.- La tonalidad de tu café no es común por estas zonas y me daría lástima que se desaprovechara, aunque puedo hacerte otra cosa si lo deseas.

- Las mechas están bien.- aceptó Adrianne.- También me gusta la combinación.

Esa decisión tan vana y superficial sería lo que habría de salvar su vida después.

Rudolph von Kleist había citado a Adrianne tantas veces en el mismo restaurante en donde ella desayunó alguna vez en compañía de Hermann Wald que los meseros comenzaban a reconocerla y a tratarla como si fuese alguien importante; no era para menos, considerando que siempre había ido ahí escoltada por hombres "de peso" en la sociedad berlinesa. El capitán de meseros, al ver a Adrianne, le sonrió con excesiva amabilidad y la hizo sentir que trataba con una noble de clase media, lo cual le produjo un sentimiento de hilaridad. Mientras aguardaba a que el barón llegara, Adrianne se dedicó a repasar los que consideraba que eran los puntos débiles de su historia; en ese momento, una persona que arribó al restaurante para reunirse con su prometido se sorprendió al verla ahí. La recién llegada se acomodó en una mesa cercana, desde donde podía observar a la reportera al tiempo que batallaba con su conciencia.

"A mí que me importa, después de todo", pensaba la mujer. "No es mi problema".

"Pero sí fue tu problema el que la vida de esa chica cambiara de manera negativa", replicó otra voz.

El Sonido del Silencio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora