Capítulo 33.

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Capítulo 33.

Si alguien le preguntara a Johann Lorenz si él se consideraba una persona supersticiosa, de inmediato habría dicho que no. Sin embargo, si se ponía a analizarlo detalladamente terminaría por aceptar que sí lo era en cierto grado. Y tenía sus buenas razones para serlo.

Antes de regresar a Berlín, una vez concluidos sus asuntos en Viena, el joven decidió hacerles una visita rápida a sus padres en el Cementerio Central. Era cierto que tenía poco de haber ido a verlos, pero no quiso desaprovechar la oportunidad ya que no sabía cuándo regresaría a la ciudad. Sin embargo, si bien en esta ocasión se sentía menos deprimido que la última vez (gracias a Renée y sus palabras de consuelo), al despedirse de sus padres y caminar con rumbo a la salida, a Johann lo asaltó una sensación extraña: algo pesado y frío cayó repentinamente en su estómago, recorrió su espina dorsal y terminó en su nuca, en donde concluyó con una sensación de desgracia tan intensa que lo hizo detenerse a medio paso, sorprendido por la intensidad del sentimiento. Dándose cuenta de que su frente comenzaba a perlarse de un sudor frío, Johann buscó una banca en donde sentarse un momento, mirando a ambos lados para ver si había alguien en los alrededores, pero aparte de él no había otro ser vivo en muchos metros a la redonda, ni siquiera un pájaro o una ardilla. Aunque era un día muy frío, un motivo que hacía que el flujo de gente que acudía al Cementerio Central fuese menor del habitual, Johann esperaba que hubieran más seres vivos, al menos algunos animales, por lo que la sensación de tragedia incrementó al darse cuenta de que no era así.

"¿Qué es este sentimiento?", se preguntó. "¿Por qué me ha llegado esta terrible premonición, justo ahora? ¿Qué es lo que va a suceder?".

El joven cerró los ojos por un momento, recargándose en el respaldo de la banca de mármol blanco; de sobra sabía que los desastres de su vida, los que se llevaron a sus padres y abuelos, fueron precedidos de presentimientos similares al que acababa de tener. No todos le habían sucedido a él, pero habían existido, y temía que esta nueva sensación fuese un aviso de que alguien más iba a dejarlo. Johann no se había considerado, hasta ese momento, como un hombre supersticioso, pero acababa de darse cuenta de que había pasado por suficientes cosas como para aprender que las premoniciones así no llegaban en vano. ¿Cuál de sus seres queridos pagaría ahora las consecuencias? ¿Alguno de sus hermanos, o quizás Renée? O tal vez... ¿Alexander o Adrianne? Johann tenía que admitir que ninguna de las opciones le gustaba.

"No, por favor", rogó el joven al aire, o quizás a la misma Muerte. "No te lleves a alguien a quien amo. No sé si lo resistiría".

No le tomó mucho tiempo recuperar el control, tras convencerse a sí mismo que todo eran alucinaciones suyas, producto del estrés que se ganó al arreglar los asuntos que lo habían llevado a Viena, y a su eterna preocupación por haber dejado a sus hermanos solos en Berlín. No importaba cuánto tiempo pasara, ni si actualmente él ya era el tutor legal de sus hermanos, ni tampoco el hecho de que confiara lo suficiente en Alexander como para dejarlos a ellos (y a Renée) a su cuidado, Johann siempre conservaría el temor de que alguien pudiera encontrar la manera de separar a su familia. Quizás este miedo y el estar lejos de casa durante tantos días le habían causado esas extrañas sensaciones, pero como hombre racional que era no podía dejarse llevar por ellas.

Cuando llegó a Berlín, sin embargo, la alarma volvió a encenderse en su cabeza; no fueron los nervios de Renée por su exposición lo que la activó, ni la floreciente relación que Nadja tenía con Hägen Kirsche, ni el darse cuenta de que Patrick se graduaría ese año, lo que lo dejaría listo para irse a Suiza a trabajar en la compañía Cavalli, sino un suceso que debería haberle causado más gusto que pesar: la increíble destreza musical que Alexander había desarrollado durante su ausencia. Cuando Franz se lo comentó Johann no lo tomó muy en serio, pero cuando escuchó al violinista y se dio cuenta de cuánto había mejorado, él supo que algo había pasado.

El Sonido del Silencio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora