Capítulo 42.

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Capítulo 42.

Adrianne no se consideraba a sí misma como una persona supersticiosa, con todo y que su infancia y adolescencia las vivió al lado de una persona creyente y supersticiosa hasta la médula. Amaranta Galicia, bastante menos escéptica que su hermana Mercedes, era de las que recurrían a estampas, medallas, amuletos y demás objetos de índole similar para proteger a su familia de las cosas que no comprendía y que, según ella, podrían causarle un grave daño. A sus cuatro hijos, de recién nacidos, los hizo llevar sendas pulseras rojas para evitar el "mal de ojo" y cuando comenzaron a caminar cambió las pulseras por escapularios y/o medallas de santos, que les prendía a la ropa interior con alfileres. Amaranta estaba segura de que cualquier vecina envidiosa podría hacerles brujería a ella y a su familia, de manera que se armaba con imágenes religiosas y agua bendita (al igual que de amuletos paganos) para evitar que las malintencionadas se salieran con la suya. Luis Teyer intentó evitar que su mujer contagiara de sus ideas a sus hijas pero, aunque Gabriela no salió tan bien librada, con Adrianne estuvo de más cualquier precaución: en cuanto la niña tuvo la suficiente inteligencia para darse cuenta de que su madre contradecía las cuestiones de su religión con prácticas paganas, decidió que no valía la pena perder el tiempo en creer que hacer tal o cual ritual cambiaría su destino. Ella creía firmemente que la mayoría de los eventos trágicos ocurrían sin aviso previo, de golpe y sin atenuantes, y que ver "señales" en la vida cotidiana no ayudaría a evitarlos. No creía tampoco que la suerte influyera en su destino a pesar de que en varias ocasiones había sido muy evidente que una sombra de mal augurio la perseguía, ni siquiera lo creyó cuando se vio obligada a refugiarse en Europa. Adrianne aseguraba firmemente que llevar amuletos o rezar no dictaría tanto su futuro como sí lo harían las decisiones que tomara, por eso era que sabía perfectamente bien que su situación de exiliada era culpa suya y afrontaba la cuestión con más resignación de la esperada.

Sin embargo, el día en el que supo la Verdad no pudo encontrar en dónde estuvo su error en toda la cadena de acontecimientos que la llevaron a ese punto, a pesar de que se devanó los sesos recordando cada palabra y conversación mantenida con las personas involucradas para poder determinar en dónde había dado el paso en falso. No tenía manera de saber que el problema no había sido suyo sino de alguien más y a pesar de no considerarse como una persona intuitiva, Adrianne se dio cuenta de que, en cierto modo, ya se lo había visto venir.

La celebración por el cumpleaños de Renée y su triunfo en la exposición transcurrió sin incidente alguno; a Jan se lo había tragado la Tierra (o Suecia, en todo caso), y Raúl al parecer seguía tan ocupado con la Bundesliga que no tenía tiempo para molestar a nadie. A esas alturas, a nueve meses de su llegada a Alemania, el estrecho círculo de amistades que tenía a los Lorenz como epicentro había llegado a considerar a Adrianne como una más de los suyos pero ella seguía sin saber qué debía sentir al respecto. Quedaba claro que no podría volver a México en muchos años (quizás nunca), pero a pesar de eso no consideraba que Berlín fuese ya su hogar definitivo ni que su trabajo en Muse sería algo permanente. A pesar de habérselo negado a Alexander en repetidas ocasiones, a la reportera sí la inquietaba el hecho de que Porfirio Cadenas pudiera decidir de un día para otro que ella era una amenaza y mandara a sus matones a liquidarla, quizás por eso que Adrianne no sentía que su hogar, trabajo y amigos actuales fueran a durar por mucho tiempo. Era como si todo a su alrededor fuera efímero y pasajero, incluyendo su relación con Alexander Wald, el eslabón más frágil de su nueva cadena de vida en Europa.

Con todos estos pensamientos dándole vueltas en su cabeza, para Adrianne fue imposible mantenerse concentrada en la fiesta; a pesar de que se esforzó por meterse en las conversaciones de los demás, ella no pudo fijar su atención en el evento, siendo muy notoria su distracción. Esa noche parecía estar desconectada incluso hasta de Alexander, quien al notarlo intentó acercarse a ella pero la joven lo mantuvo alejado, pretextando que buscaba guardar las apariencias delante de Johann. El único que pudo acercarse a Adrianne en su peculiar estado de ánimo fue Hans gracias a su personalidad ligera pero aunque él intentó averiguar qué le estaba sucediendo (a esas alturas los demás ya se habían dado cuenta de que Adrianne parecía tener la mente en otro lado), sólo pudo sacarle una verdad a medias. Lo cierto era, sin embargo, que ni la misma Adrianne podía definir lo que le ocurría.

El Sonido del Silencio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora