La Recluta A-0. PRUEBA DE FUEGO. [Terminada].

Capítulo cinco.

Cuando Newt se marchó miré absorta la habitación. Mis ojos toparon con una puerta en un extremo de la pared contraria a la que me encontraba, pero no me permití alegrarme. Era obvio que no era una especie de salida dado que no habría pasado por desapercibida ante las miradas y búsquedas de los demás chicos.

Crucé la habitación y abrí la puerta, encontrándome con un amplio cuarto de baño, con cuatro duchas, dos inodoros y dos lavamanos.

Tomé agua del lavamanos más cercano hasta saciarme, engañando así un poco a mi estómago que rugía por falta de comida y que por cada segundo transcurrido me debilitaba.

Volví a la cama que había bautizado como mía Me recosté mirando el techo, envolviéndome en mis pensamientos que iban desde mi memoria borrada, los chicos extraños que había conocido, sus padecimientos, las extrañas cosas que estaban sucediendo, mi instinto que me avisaba que venían cosas peores y mi sensación de familiaridad con Newt.

Ensimismada como estaba, no fui consciente del momento en que me dormí.

Tenía diez u nueve años.

Miraba todo aquello de un lugar omnisciente, pues sabía que la niña que iba ahí era yo, pero a la vez no. Era como una película, algo difícil de explicar.

Iba de la mano con un hombre de punta en blanco, delgado y que se relamía el labio ansioso. Íbamos por un corredor de paredes blancas y techo gris, la estancia estaba iluminada por tubos fluorescentes, dándole un aspecto de hospital, pero un hospital sin puertas en los extremos de los corredores u ventanas.

Después de lo que pareció una eternidad el corredor se quebró en una esquina, donde nos topamos con la primera puerta. El hombre la abrió hacia dentro, indicándome que entrara.

-Espérame aquí.

El hombre se marchó, mi yo alterno entró con decisión, sin dedicarle un último vistazo a su acompañante. 

Era una habitación que parecía ser un centro recreativo para niños, mesas pequeñas y sillas que se ajustaban a su altura, juguetes, libros con tapas llamativas y coloridas, paredes de un amarillo chillón y, en la mesa más alejada, un chico jugaba en solitario.

Era el único niño en aquella habitación. Desvió su vista de su juguete y miró en mi dirección, se puso de pie sin pararse a vacilar y se acercó.

-¿Eres nueva?

-Sí.

-¿Dónde están tus padres?

-Muertos.

La voz despreocupada de mi yo pequeña me anonado. El niño, sin embargo, pareció compartir la misma indiferencia.

-Los míos no los he visto en mucho tiempo. A todos no pasa igual.

El niño se encogió de hombros, tendiendo una mano pequeña.

-Soy...

Abrí los ojos antes de él completara su presentación.

No había necesidad, sabía quién era, lo cual no me sorprendió.

No podía ser nadie más que Newt.