Capítulo treinta y nueve.

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Distribuidas de manera uniforme y formando un circulo completo alrededor de la zona donde se hallaban, las parcelas del suelo rotaron hasta desaparecer. Cuando finalmente se detuvieron con un estallido, cada una fue reemplazada por un gran cuadrado negro con esos ataúdes blancos y abultados encima. Eran por lo menos veinte en total.  

Nadie de nosotros era capaz de hablar. El viento alborotaba todo con una fuerza enajenada, levantando ráfagas de polvo y tierra sobre aquellas capsulas. Emitían un ruido metálico y rasposo. 

-¡Hey!—Gritó alguien por sobre el ruido y el viento. Se trataba de Thomas, que estaba junto a Minho. Un segundo después, Teresa se había unido a nosotros. 

-¿Que hacemos?—Preguntó Minho, luego de mirar con irritación a Teresa, quien no se dio por aludida. Formábamos un especie de semicírculo; Minho, a mi lado izquierdo, Newt a mi lado derecho, junto a él se encontraba Luke y Sarten y al lado de Minho, Thomas y Teresa. 

-Sí esas cosas tienen a los malditos penitentes dentro, es mejor que empecemos a prepararnos para pelear con esos miserables garlopos.—Contesto Newt. Una oleada de miedo se extendió por mi cuerpo al imaginarme a aquellas criaturas que una vez él me había descrito. 

-¿De qué están hablando chicos?

Dos chicas del grupo B se acercaron a nosotros y detrás de ella venían Brenda junto a Jorge. Apreté los dientes al recordar que aun cargábamos con ellos. 

-¿Ustedes no saben nada?—Le espeté a Brenda. Esta, con gesto de obstinado desconcierto, negó con la cabeza. 

-¿Por qué ellos irían a saber algo?—Inquirió Thomas. 

-Si, princesa. —Me dijo Jorge, con una mirada crispada.—¿Por qué? 

Sentía el impulso de abalanzarme contra él y hacerle todo el daño posible, ante el descaro de su pregunta. Pero, como si adivinara lo que pensaba, Minho me puso una mano sobre el hombro y negó con la cabeza.  

-No tenemos tiempo para eso.—Me dijo con seriedad.

-Supongo que todos ustedes habrán visto esas capsulas en la cámara de CRUEl.—Intercedió una de aquellas chicas, captando nuestra atención.—Debían ser los lugares donde los Penitentes cargaban sus baterías o algo así. 

-Claro.—Coincidió Newt con pesadumbres.—Debían ser algo así. 

En el cielo, los truenos rugían y retumbaban y los destellos de luz resplandecían cada vez con mayor fuerza. El viento rasgaba nuestra ropa y el aire estaba cargado con un extraño aroma, una mezcla de humedad y polvo.  

-Nos quedan veinte minutos.—Anunció Thomas, luego de consultar su reloj. --Tenemos dos opciones; Luchamos contra los penitentes o nos introducimos en esos enormes ataúdes en la hora exacta. 

-¿Por qué iríamos a meternos en esas cosas?—Pregunté alarmada.—No sabemos que tienen dentro, no estamos seguros de que sean aquellas cosas y si lo fueran tampoco es una buena idea meternos de lleno ahí. 

-Tal vez sean las cosas que nos llevaran al refugio o donde esperaremos a que llegan a buscarnos.—Me contesto Thomas, aunque su voz no sonaba del todo segura.—Quizá... 

Un silbido cortó el aire y Thomas se interrumpió. Parecía provenir de todas las direcciones y perforaba nuestros tímpanos. Instintivamente me lleve las manos a la cabeza, preocupada porque aquel silbido terminara de dejarme sorda.

De pronto, cientos de movimientos captaron nuestra atención. Cientos movimientos que provenían de aquellas capsulas blancas. 

En uno de los costados de cada una de ellas había aparecido una linea de luz azul, que se iba expandiendo a medida que las mitades superiores de los cajones se levantaban como si fueran tapas de ataúdes. No emitían ningún ruido. Lentamente y sin darnos plenamente cuenta de lo que hacíamos, los Habitantes y el resto de nosotros nos fuimos acercando cada vez más los unos con los otros, alejándonos de aquellas cosas, para terminar formando un conjunto de cuerpos enroscados en medio del circulo de los treinta cajones blancos y redondeados. Yo estiré la mano y aferre la de Newt.

Las tapas continuaron elevándose hasta que se abrieron por completo y cayeron al suelo. Dentro de cada receptangulo había algo luminoso. No podía distinguir bien el interior de aquellas cosas, pero nada se movía o daba señales de vida. 

-¡Thomas!—Gritó de pronto Minho. Truenos y explosiones que provenían del cielo ahogaron un poco sus palabras. La tormenta estaba a punto de descargar contra nosotros.

-¿Qué?—Contestó Thomas. 

-¡Tú, Newt y yo!, ¡Vamos a investigar! 

Instintivamente apreté con furia la mano de Newt, negándome a dejarlo marchar. Newt me dirigió una mirada que no podía ocultar por completo el terror que sentía, pero arqueó levemente las cejas, dándome a entender que debía dejarlo ir. Esta a punto de ceder cuando algo se deslizo hacía fuera de una de las capsulas. Fuera lo que fuesen, era indudable que estaban saliendo de sus hogares alargados. Entorne los ojos mirando con atención la capsula más cercana, preparándome para lo que viniese. 

Un brazo deforme colgaba del borde, y la mano se balanceaba a pocos centímetros del suelo. Tenía cuatro dedos desfigurados, muñones de piel amarillenta y nauseabunda, todos de distinta longitud. Se sacudían e intentaban sujetar algo que no estaba ahí, como si la criatura que había en el interior estuviera buscando algo donde apoyarse para proyectarse hacia fuera. El brazo estaba cubierto de arrugas y bultos y había algo muy extraño situado justo donde debía ir el codo; una protuberancia o hinchazón totalmente redonda de unos diez centímetros de diámetro, de color anaranjado brillante. Como si la criatura tuviera un foco pegado al brazo.

Continuo emergiendo. Una pierna saltó hacía fuera. El pie era una masa de piel con cuatro perillas a modo de dedos que se retorcían tanto como los de las manos. Y en la rodilla había otra de aquellas esferas con aspecto de foco. 

-¿Que es esa cosa?—Bramo Minho por encima del bullicio de la tormenta. 

Nadie contesto, porqué nadie lo sabía. Sentía una mezcla de emociones al estar ahí varada viendo a aquella cosa. Terror, espanto, asco y sobrecogimiento. Otras criaturas similares a la primera seguían emergiendo de las capsulas vecinas.

La primera criatura había logrado asirse con el brazo y pierna derecha como para empujar el cuerpo hacía fuera. Poseía una forma vagamente humana, pero era unos setenta centímetros más alto que cualquiera de nosotros. Su cuerpo era grueso y arrugado, cubierto de cicatrices y estaba desnudo. Tenía muchas más protuberancias con aspecto de foco esparcidas por todo el cuerpo. No tenía ojos, ni boca, ni orejas, nariz o pelo. Cuando finalmente aterrizo por completo en el suelo, el foco de su rodilla derecha estallo en chispas. 

Balanceándose un poco hasta lograr mantener el equilibrio se puso de pie y quedó frente a nosotros. Con una rápida mirada hacía los lados, me di cuenta de que todas aquellas criaturas habían salido de sus capsulas y se encontraban en un circulo alrededor de nosotros.

Al unisono levantaron los brazos al cielo. Luego, unas hojas delgadas brotaron de los extremos de los dedos de sus manos, pies y hombros. Aunque no había rastro de ninguna boca, un gemido pavoroso y fantasmal emanó de sus cuerpos.

Violentamente Minho di un paso al frente y se giró a nosotros. La determinación se podía leer en sus ojos, entornados y más negros que nunca.

-¡Hay aproximadamente uno por cada uno de nosotros! ¡Agarren lo que tengan en mano que les sirva de arma!

Como si hubieran entendido lo dicho por Minho, aquellas criaturas luminosas comenzaron a desplazarse hacia nosotros. Sus primeros pasos fueron torpes, pero luego se volvieron firmes, ágiles y fuertes. Cada segundo que pasaba estaban más cerca. 

La Recluta A-0. PRUEBA DE FUEGO. [Terminada].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora