Capítulo 53: Lágrimas

88 3 8
                                    

Capítulo LIII

LÁGRIMAS

Eduardo abrió poco a poco y lentamente los ojos, como si le pesaran los párpados. El dolor interno que hasta hace unos instantes lo torturaba sin piedad había cesado de repente, en un solo segundo, como si la enfermedad que tenía se hubiera curado espontáneamente.

El dolor se había esfumado así, sin más, y ni siquiera él mismo lo entendía. Nunca antes había sentido un sufrimiento así, y mucho menos el motivo o la razón del por qué de la desaparición de sus efectos. En cualquier caso, sentía un enorme alivio al dejar de sufrir de aquella manera, en el mirador exterior de Valor Alado.


Y justo en ese momento abrió de repente mucho más los ojos, al llegarle a la memoria todo lo relacionado con Derriper y Ludmort, durante la batalla final en la noche del fin del mundo. Después de haberse enfrentado al séptimo en un duro enfrentamiento y de haberlo derrotado con el poder de los seis en las armas sagradas, todo cuanto Eduardo alcanzaba a recordar era que se encontraban de nuevo en la cubierta exterior de la aeronave, después de haber salido del mundo onírico del enemigo.

Justo cuando Erika y él iban a acabar con el monstruo Ludmort, de repente el joven sintió el intenso dolor interior, acompañado de la siniestra voz del ser oscuro en su cabeza. Tras eso perdió el conocimiento y cerró los ojos, cuyos recuerdos terminaban ahí.


El chico de rojo levantó la mirada del suelo negro en el que estaba tumbado, y sus ojos palidecieron todavía más al descubrir el lugar en el que se encontraba.

Todo a sus alrededor era completa y absolutamente negro. No se vislumbraba ningún tipo de escenario. Por más que miraba en todas direcciones no se veía tierra, ni mar ni cielo. No había ningún otro color visible salvo el negro, desde cualquier lado o ángulo que se viera.

Se preguntaba a sí mismo, sorprendido y asustado, a qué horrible lugar había ido a parar:

- ¿Dónde...dónde estoy?- preguntó en voz alta, aún sabiendo que no había nadie allí con él.

Muy pronto descubrió que no estaba solo cuando, al girar la cabeza a sus espaldas y fijarse bien, encontró un poco más lejos el cuerpo también tumbado e inerte de otra persona. Su chaleco blanco, su camisa rosa, sus vaqueros azules y su pelo castaño eran inconfundibles, al menos para Eduardo:

- ¡¡Erika!!- exclamó el joven, asustado y preocupado.


El chico de rojo trató de levantarse, pero sus extremidades flaquearon de fuerza, y cuando apoyó sus brazos éstos se tambalearon, apenas un segundo antes de que cayera otra vez al suelo.

Por alguna extraña razón se sentía débil, bastante débil, e imaginó que no debía de ser sólo por el cansancio y por las muchas heridas a causa de las tres anteriores rondas de combate. No. Aquel cansancio y aquella fatiga no eran producto de ningún rasguño físico externo, sino de otro tipo de daño mucho más profundo.

Pudo sentir, sin lugar a dudas, que el motivo de su exhausto estado de debilidad no procedía de sus rasguños y heridas externas, sino del interior de su propio cuerpo, y concretamente del corazón.

El joven apenas podía sentir el pálpito de su propio corazón, que latía débilmente y casi sin energía, como el de una pequeña llama de fuego a punto de extinguirse para siempre. Se trataba de una extraña y escalofriante sensación que nunca había sentido antes. Parecía sentir como si la mitad de su corazón hubiera muerto por alguna causa, mientras que la otra mitad restante aún vivía débilmente y lo mantenía a duras penas, cargando con el peso del músculo entero.

Final Fantasy: Memories of a PromiseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora