Capítulo Veinte

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Capítulo 20:

Francisco.

El ruido no hacia más que alterarme mucho más, mi cuerpo temblaba de ira, nuevamente habían querido interceptar un cargamento y por esa razón estaban metiendo todo en la casa, podía escuchar los pasos de hombres subir y bajar escaleras, las botas chocando y ensuciando el piso bajo sus pies y tal vez todo podría ser menos tenso de no tener a Sofía frente a mi.

Me miraba con severidad como si todo lo malo presente en el mundo fuera mi culpa, tenía sus brazos cruzados por encima de su enorme vientre de embarazo, sus mejillas sonrojada y los ojos un poco inflamados.

Me daba un poco de pena verla de esa manera tan vulnerable, pero realmente todo eso no era culpa mía, ella había decidido volverse una bola de hormonas qué parecía querer matarme en cada oportunidad que tuviera, y reclamarme por mis acciones en todo momento.

-A ver, dime una vez más, ¿Qué es lo que te molesta?.- le dije conteniendome lo mejor posible, ella se quedo callada, su mirada se dirigio al suelo y cuando me enfrentó sus ojos estaban llenos de lágrimas y por alguna razón me molesto más.-¿Qué? ¿¡POR QUÉ LLORAS!?.- Perdi la paciencia y ella retrocedió.

-Yo...- murmuró pero la voz se le quebró antes de decir alguna otra cosa, la tome por los hombros con más fuerza de la qué debería.

-¿Tú qué?.- pregunté molesto sintiendo como todo mi cuerpo temblaba, ella mordió su labio inferior con fuerza.- ¿¡TÚ QUE!? Chingada madre.- grité y a mitad de un impulso le di una patada a la pared seguido de un puñetazo al mismo lugar.- ¡Quisiera saber que demonios es lo que quieres de mi! ¡Tienes todo! ¡Nada te falta! ¿No puedes solo mantenerte alejada del negocio?

-Perdón por molestarte mientras... trabajabas.- murmuró, con la voz entrecortada, suspire soltandola, sin darme cuenta la había arrastrado contra la pared, su mirada analizó cada pequeña parte de mi rostro y sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas.

Di varios pasos hacia atrás y pude analizar mejor la situación, su rostro rojizo, sus manos temblorosas, sus piernas apretadas y el enorme bulto en el que se había transformado su vientre, toda la situación me parecía realmente estresante y lo único que quería era salir de ahí.

Agradecía qué Isabel estuviera pasando el día en casa de sus abuelos por que así no tendría la preocupación de ella escuchando nuestros gritos de que hubiera presenciado el momento.

Caminé dando grandes pasos por toda la casa y cuando llegue al patio Arturo me miró frunciendo el ceño, no dije nada, solo me monte en el pick up y él subió detrás de mí al asiento de copiloto.

Di un gran suspiro mientras apretaba con fuerza el volante, podía incluso ver mis nudillos blancos gracias a la presión qué estaba haciendo contra el volante.

-¿Todo bien?- Me preguntó Arturo y volví a suspirar.

-¿Pendientes? ¿Que hay por hacer?

-No te ves muy...

-¡Yo sé que no me veo bien!- Le grite golpeando el volante y haciendo qué sonara la bocina.- ¡Yo sé! ¡Dejate de pendejadas y dime que es lo que tenemos que hacer!

Lo miré con ferocidad, él se encogió de hombros antes de sacar su teléfono  y comenzar a revisar qué era lo que teníamos que hacer, mientras esperaba respuesta encendí el auto y lo saque de casa lo más rápido posible.

-Bueno, en la casa qué esta por el boulevard número tres las mercancías ya llegaron, todo parece bien ahí, en la casa de la calle segunda descargan en una hora si todo sale bien, y en la casa número cinco de la orilla están empaquetando para salir.- me dijo y yo iba haciendo notas mentales de todo eso, pero nada me servía para desquitar mi furia.

A La Mexicana. (RESUBIENDO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora