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Leia

La alarma del teléfono celular hizo eco en las paredes de la habitación. Hoy retomaban las clases luego del receso de invierno.

 El día estaba bastante fresco, podía escuchar el ruido del viento que hacían golpear las persianas de madera vieja de mi habitación.  Froté con el antebrazo el cristal empañado para contemplar que el sol estaba oculto tras las nubes.

Amaba los días de invierno.

Visualicé la hora en mi dispositivo, seis y veinte de la mañana. Mi hora de ingreso al Instituto era a las siete; todavía tenía cuarenta minutos por delante. Me di una ducha de agua caliente, me cepillé los dientes y rebusque en mi armario algo de ropa cómoda y ademas, que me proteja del viento. Si bien amaba el frío; me hacía estragos la piel. Piel seca y sensible era la peor combinación que cualquier ser humano podía tener.

– Leia, cariño... –escuché la voz de mi padre desde la planta baja de la casa.

– ¡Ya voy! – Guardé el teléfono celular en la mochila y bajé a desayunar. Saludé a mi padre con un beso en la mejilla mientras él estaba terminando de colocar el desayuno sobre la mesa.

– ¿Cómo estás cariño? ¿Lista para volver a la rutina? – Preguntó emocionado. Muchas veces considero que no recuerda que me encuentro en segundo año de la carrera de Biología.

– Si, estoy en eso –sonreí y tomé asiento frente a él– me costará retomar, fueron varios días de despertarme fuera del horario habitual. 

– ¿Quieres que te lleve? Estoy de paso –tomó un sorbo de su café y lo volvió a dejar sobre la mesa de madera.

– No hace falta, Lisa pasará por mí –Tomé dos sorbos del café y escuché la bocina del auto – ¡Ya llegó! –agarré una tostada con mermelada que mi padre me había preparado, coloqué la mochila en el hombro y me despedí de él.

Eramos solo él y yo en este mundo. Mi madre había muerto hace unos años producto de una grave neumonía y a razón de ello, trabajaba día y noche para que nada nos faltase. A pesar de que no compartíamos muchas horas al día, estaba orgullosa y súper bendecida por tenerlo.

– ¡Hola pequeña perra! –sonrió Lis al verme.

– ¿Cómo has estado perra? –ambas reímos–¿Qué tal pasaste en la casa de tus tíos estas semanas?

– ¡Bien! No hice mucho la verdad –se encogió  de hombros– Hicimos algunas salidas con mis primos y me presentaron algunas personas. Nada muy alocado.

Lis, era mi mejor amiga. Nos conocíamos desde hace mucho tiempo. Ella era una chica con un corazón tan enorme... Si tuviera que describirla con tan solo dos palabras esas serían ¨sencilla y simpática¨. El color rubio ceniza de su cabello, que lo tenía por debajo de los hombros, la hacían ver mas hermosa de lo que ya lo era. Sus ojos, de un color gris opaco, hacían una combinación perfecta con las facciones de su rostro.

El trayecto no era largo. El enorme cartel blanco con sus letras "St. Monique Institute" en color negro se visualizaba a unas cuantas cuadras. Una vez había escuchado, por boca de un profesor, que lo nombraron así por su fundadora, la Sr. Monique Vera hace 70 años. Ella fue una mujer que se interesó mucho por la educación de los jóvenes, fue por ello que creó el Instituto con una capacidad para albergar diferentes carreras.

Lis estacionó el auto en uno de los pocos lugares que quedaban disponibles. Faltaban quince minutos para que inicien las clases y esta vez, no éramos una de las primeras alumnas en llegar. Se tomaron muy a pecho el retorno de las vacaciones parece...

•El precio del servicio•© #EN EDICIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora