Los segundos son eternos cuando no obtengo respuesta alguna. Dependo de él. Sí.
Nuestras conversaciones equidistan del 11. Todo comenzó un 11. Probablemente para cualquiera esto carece de importancia, pero para mí es una señal. Es su número.
Tiene gracia. Una persona puede pasar de ser un completo desconocido a serlo todo en cuestión de días.
Nos buscamos en los pasillos del instituto, aunque nunca hablamos en persona... sólo son miradas.
Sus ojos me buscan, y los míos desean que me encuentren.
Aún es septiembre. El calor acaricia mi piel y la envuelve, pero a veces, el sol se esconde. Y todo se vuelve gris.
Él adora esos días. Cuando el sol deja de relucir en el cielo y las nubes lo envuelven. Todo queda oscuro y triste. Todo se torna de un tono gris claro que a él lo llena de entusiasmo.
¿Y la lluvia? Mientras a mi me entristece a él lo envuelve la felicidad.
Existen pocas diferencias entre nosotros, poquísimas.
¿Verano? Invierno.
¿Sol? Lluvia.
¿Optimismo? Pesimismo. Bueno, más que pesimismo es algo indefinido. Cambiante.
Esas son las más importantes.
Reacciona como yo, piensa de forma similar a mí.
No es superficial, no es... como el resto.
Le abro una puerta a mi mente, invitándolo a adentrarse en mi oscuridad.
Él es como un foco dentro de mí. Me llena de luz.
Rechazo mi pasado y abrazo a su eterna y cálida luz. Lo elijo a él, y abandono mi oscuridad.
El flirteo y el juego es constante. O eso parece. Me hace sentir viva.
Ha aparecido de repente y ha cambiado mi mundo.
Cuando algo ataca a su felicidad intento ponerle remedio.
Le dedico textos tiernos con los que pretendo evadir sus problemas, y en los que dejo claro mis sentimientos encontrados.
"La primera vez que deseaba contemplar unos ojos claros.
Nadar en sus córneas.
Perderme en sus oscuras pupilas.
Quería estrecharlo entre mis brazos y hacerle saber que jamás volvería a sentirse solo.
Nunca.
Que mis ojos negros iluminarían los suyos como un faro en mitad del océano bravío."
