Su mirada y la mía habían coincidido antes, en muchas ocasiones. Probablemente en muchas más de las que pueda recordar.
A veces abandonamos nuestras propias normas y rompemos nuestros esquemas, dejándonos llevar por un hilo caprichoso al que algunos llaman destino y al cual yo denomino casualidad.
Sus oscuras pupilas flotaban sobre sus claros y luminosos iris. Incluso durante la noche era posible apreciar aquel destello. Sus ojos no eran unos ojos corrientes, no eran sólo unos ojos claros y vacíos, no. Eran más. Mucho más.
Tenían algo especial. Había en ellos, mucha más oscuridad de la que había en mis ojos negros como el azabache.Mirarlo era perderse entre las dos caras de una misma moneda. Era confuso y a la vez atractivo. Era pura incertidumbre danzando ante mí, provocando en mi interior reacciones desconocidas que deseaba comprender.
En mitad del gentío siento como algo colisiona conmigo. Algo ha golpeado mi espalda y me ha desestabilizado, pero no con una fuerza lo suficientemente grande como para caer de bruces contra el suelo de tierra que se extiende bajo mis plataformas.
Me giro de forma brusca, para descubrir qué amenaza a mi débil y ebria estabilidad, y me encuentro con un chico delgado cuya cara es extremadamente dulce.Pero lo que más me inquieta son sus ojos. Hay dos enormes pupilas mirándome debido a la escasa luz que nos rodea. Hay una sonrisa partiendo su cara en dos que alcanza a sus ojos.
Ya lo había visto horas antes, pero el alcohol hace que mi cuerpo haga cosas totalmente ilógicas, así que lo saludo. Mantenemos una conversación cordial en la que se percibe un claro coqueteo.
Otra chica me lo arrebata y rompe la tensión y la atmósfera en la que nos veíamos envueltos durante nuestra charla.Fue la primera vez que lo sentí.
Fue la primera vez que supe ver lo sexy que era.