Domingo. Detesto los domingos.
Salgo de mi habitación y contemplo la escasa claridad que se cierne sobre mi casa.
Me asomo por la ventana para corroborar el motivo. El día es gris.
Sonrío.
Tras la conversación que mantuve anoche con los ojos más desconcertantes que he visto en mi vida, es una gran casualidad que el día de hoy se torne de un tono gris pálido que daña a la retina.
Sigo sin saber absolutamente nada de mi caballero oscuro, me frustra esta situación.
Nuestro último encuentro fue especial, fue diferente. Hubo mucho más amor y ternura de lo habitual.
Había algo espectacular. Había chispas en medio de toda nuestra oscuridad.
No fue algo normal, no era todo oscuridad. Tampoco era luz.
No era negro, ni blanco. Era gris.
Vuelvo a admirar el cielo, percatándome de la cualidad tan precisa y exacta que posee para definir aquello que deseo.
No busco luz.
No busco oscuridad.
Busco exactamente lo mismo que buscan esos ojos claros. Busco el gris, busco la paz que transmite la armonía de la luz y la oscuridad en mi interior.
Vuelve a ser una tarde interesante con él, sus ojos claros, y su mente repleta de muros.
De repente, hablamos del día que todo cambió. Del día que lo besé.
Hablamos de ese día que soy incapaz de recordar.
-Íbamos andando, me miraste, me besaste, me mordiste de forma brusca, te devolví el mordisco y dije "No". Y aceptaste el no.
No fue nada, pero me empezaron a linchar, como si hubiera pasado algo. Y estuve a punto de alejarme.
Mi teoría se confirma. Estuve a punto de perderlo.
-Lo siento mucho.
Me dí cuenta de lo que te estaba pasando. Y sabia que era culpa mía. Y que hablarte era presionarte. Me alejé porque tú necesitabas espacio, y porque yo necesitaba dejar de depender de tí.
Ahora estoy aquí como amiga, que es como siempre debió ser. Fue un error.
