Abro un ojo. Dios, mi cabeza...
Un dolor invade mi cuerpo. Me pitan los oídos.
Definitivamente no me encuentro bien, casi no puedo moverme.
Anoche... ¿Qué pasó anoche? Volví a casa sin mi chaqueta vaquera, mi sujetador desabrochado y el labio inferior algo hinchado.
Paso las yemas de mis dedos sobre mi labio hipersensible. Aún siento molestias.
Me incorporo rápidamente y me siento en la cama, contemplando la claridad que entra por mi ventana.
Él. Él me mordió.
No sé si sentirme feliz por saber que pasó algo entre nosotros o si sentirme tremendamente desdichada por no recordar ese momento.
Intento levantarme de la cama y todo se vuelve oscuro, me mareo.
No logro moverme de la cama. Me siento inútil.
Hablamos, como siempre. Quiero que me de detalles exactos de lo ocurrido la noche anterior.
No quiere decirme absolutamente nada de lo sucedido, a pesar de que me paso el día suplicando.
"Tendrás que vivir con la laguna." Dice impasible.
Durante la noche todo da un giro dramático e inesperado.
Siento como se me acelera el corazón y la respiración. No.
"Te gusto. Me dijiste cosas."
¿Qué le dije? No. No.
Me aterra. Me da pánico que lo sepa. ¿Y si no me corresponde?
"Por favor, mátame. ¿Qué dije?" Pregunto preocupada.
Contesta de forma breve, restándole importancia a la situación: "Nada nada."
Empiezo a ponerme muy nerviosa. Es miedo. Es el miedo. No quiero que se asuste ni que me deje.
No hace ni un mes que comenzamos a hablar... esto es raro.
"Yo nunca digo lo que siento..." Escribo temblorosa.
"Cometiste el error de mirarme a los ojos." Confiesa.
Mis ojos dicen mucho más de lo que deberían. Y sus ojos enormes y desconcertantes se pasearon por mi mente durante mi estado de coma debido al alcohol.
"Piensas muy alto." Dice tranquilamente mientras yo voy palideciendo.
La conversación se vuelve... extraña. Él no hace más que reírse, y yo no hago más que darle vueltas a todo una y otra vez.
De repente se va a dormir. Y su despedida es... mucho más fría de lo habitual.
¿Lo he perdido para siempre?
