4. La dependencia.

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Dedicarle un texto justo 11 días después de empezar a hablar. Once.
¿Precipitado? Tal vez.
Yo lo llamo casualidad. Aunque desde que apareció en mi vida, empiezo a creer en el destino.

A él no le gusta iniciar conversaciones, es algo que tenemos en común. Ese miedo irracional a que alguien no desee dedicarte su tiempo es una constante en mi vida. ¿O debería decir en nuestra vida?
Con esto llega nuestra primera "promesa".

Yo le hablo un día, y él me habla otro. Es una forma de demostrar interés. Es la primera vez que hago algo así. Y es por él.
Renuncio a mi orgullo y dejo atrás mis miedos.

Me hace mejor persona.

Mis días pasan esperando verlo durante cinco segundos en los pasillos del instituto y esperando cualquier mensaje suyo. Vivo pegada al teléfono móvil.
¿Qué haría sin él?

Desde que llegó mis días son dulces.
Como él. Él es dulce. Bueno, a veces.

Es difícil definirlo. Físicamente lo es. Sus facciones son tiernas, muy tiernas.
Posee una nariz pequeña y chata, los pómulos y el mentón excesivamente marcados debido a la delgadez, y los ojos enormes.
Es delgado, pero fuerte. Y ágil. Es deportista.
Le apasiona el fútbol. Y es bueno jugando, muy bueno.
Y es joven. Es sólo un niño, y aun así supera con creces la mentalidad de los chicos mucho más mayores.

Antes veía ese destello especial que producen sus ojos claros en medio de mi oscuridad.
Ahora todo lo que veo son sus ojos claros.
La oscuridad que me abrazaba ha quedado apartada, a kilómetros. Sólo está él.

Es tan difícil no sentir absolutamente nada por alguien que definitivamente es especial... apareció justo cuando debía, justo cuando estaba más hundida. Se ha metido en mi cabeza y soy incapaz de sacarlo.

Tengo miedo, miedo de que no sienta lo mismo que siento yo. No quiero perderlo. No puedo perderlo.
Es lo que llevo años buscando, ternura encubriendo picardía.

Siento pura dependencia.

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