Durante estos días he tratado de evitar mis análisis típicos de personalidad. No quiero otro ratón de laboratorio.
Él es... único.
No soporta la soledad. Le afecta de forma muy negativa. Tener los sentimientos magnificados todo el tiempo es una bendición y una maldición al mismo tiempo.
La soledad lo envuelve provocando el llanto.Detesto que se sienta de esa forma. Detesto que no se encuentre bien. Me importa. Me importa mucho.
A veces se siente solo y triste y entrenar lo ayuda. El deporte lo ayuda.
Libera mucha energía y, además, se siente bien.
Me encantaría verlo en el campo de fútbol corriendo tras una pelota algún día.Durante las clases sus ojos se pasean por mi subconsciente. Muerdo mi labio inferior y sonrío.
¿Qué me está pasando?Yo no soy una persona romántica. Definitivamente no. Soy una persona tremendamente complicada que busca superar un estado de ánimo casi depresivo que me mantiene cautiva. O que me mantenía.
Desde que llegó, no estoy triste. Nunca.Creo que me gusta, mucho más de lo que quiero que me guste. Y con este sentimiento tan bonito y confuso, llega uno amargo. ¿Y si él no siente lo mismo? ¿Y si lo pierdo? Se llama miedo, este sentimiento que atenta contra mi felicidad se llama miedo.
Miedo a perderlo. A que no me corresponda.Han pasado sólo dos días desde que le dediqué aquel texto cursi. Ese texto que tanto le gustó.
Voy caminando por el pasillo del instituto. El timbre sonó hace algún tiempo, el pasillo ya no está tan abarrotado.
Voy absorta en mis pensamientos mientras paso por la pasarela agarrada a la baranda con mi mano derecha, mirando hacia abajo. De repente alzo la vista y nuestros ojos se encuentran.
Iba tan sumido en sus pensamientos como yo, ambos paramos en seco. Creo que el rubor de mis mejillas ha hecho aparición.
Bajo la mirada y sonrío. Y creo que él también sonríe.Fue la primera vez que lo sentí. Fue la primera vez que sentí como el ambiente se cargaba de electricidad, de tensión.