2. El comienzo.

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Ese hilo que nos mueve y al que yo considero casualidad es caprichoso y complicado.
Nos pone ante situaciones en las que hay dos opciones, y, dependiendo de la opción que escojas, vivirás unas casualidades u otras.
Vivimos en un dominó gigante en el que las piezas pueden golpearse hacia la derecha, o hacia la izquierda. O incluso puede que nunca lleguemos a golpearlas.

Me llega una notificación al teléfono móvil del chico con los ojos más desconcertantes que he visto en mi vida.
Sonrío. Me pilla por sorpresa. Le respondo rápidamente y de forma anónima, pero diciendo algo concreto que le haga saber perfectamente quién soy.
Con esto consigo exactamente lo que me propongo. Iniciar una conversación.

Pretendo conquistarlo, pero sus respuestas se salen de mis predicciones y me frustro. ¿No me desea?

El tiempo pasa lento, pero a su lado. Siempre a su lado.
Mantenemos conversaciones, a veces interesantes e inteligentes, otras simplemente triviales. Duran horas, días. Simplemente siempre hay algo que nos mueve a seguir hablando.

Y entonces ocurre. Yo no quería sentir... sólo quería jugar con él, con su mente, hacerlo mío.
Pero su mente no es un simple juego. Su mente es un laberinto del cuál es imposible salir y en el cuál es casi imposible entrar. No hay salida, ni respuestas. Sólo muros.

No puedo jugar con su mente ni predecir sus movimientos.
Me confiesa sólo pequeños fragmentos de su vida. Conozco lo mínimo sobre el funcionamiento de su cabeza, y me fascina.
Desde su nacimiento, se apreciaba una diferencia en el funcionamiento de su cerebro.
Algo afectó a una de las zonas de su cerebro durante la gestación y provocó una magnificación de sus sentimientos. Cada cosa que un ser humano es capaz de percibir y de sentir, no es más que un cosquilleo comparado con el torrente de emociones que lo envolven de forma constante.

Intentar comprenderlo es un juego en el que me arriesgo a perder. ¿Valdría la pena?

Desde luego.

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