Me devuelve la sonrisa y vuelve a proporcionarme un mordisco con una intensidad que me deja sin aliento.
Enredo mis manos en su pelo oscuro y perfecto mientras le devuelvo el beso.
Explora mi cuello de nuevo, chupando y mordiendo cada rincón del mismo.
Sus manos acarician mis muslos mientras me complace con su dulce tortura.
Coloco mis manos sobre su torso. Es un torso perfecto, marcado, casi de revista. Puedo sentir sus pectorales y cada uno de los músculos de su vientre perfectamente marcados y tonificados.
Mis manos juegan a imaginar su desnudez mediante esta textura agradable.
Ya no es necesario utilizar la imaginación. Tengo a este Adonis ante mí prácticamente desnudo.
Mi cuello y mis labios adoloridos demandan los suyos.
Me dejo hacer, le hago. Es un juego en el que ambos salimos ganando.
Caricias, pasión, locura, alcohol, y mis gemidos silenciosos marcan la noche.
Sacudo mi vestido con delicadeza y camino junto a él. Nos despedimos mediante un beso cordial, en la mejilla. Tiene gracia, después de lo sucedido hace segundos atrás nos despedimos de esta forma.
Camino de vuelta a casa, acompañada de la música que provocan mis tacones al andar. Es siniestro a la vez que hermoso.
Me veo sola en medio de la nada, con un precioso vestido de fiesta y una sonrisa maliciosa en mi rostro.
Me quedo plácidamente dormida en cuestión de segundos.
Al amanecer, para mi sorpresa, no me encuentro mal. Mi cuerpo reacciona de una forma extraña y desconcertante, debería sentirme mal, anoche tomé demasiado alcohol.
Intento no pensar demasiado en ello, es agradable no sentir los excesos de la noche anterior atentando contra mí.
Veinticinco de diciembre. Supongo que hoy todo el mundo pretende salir de fiesta, aunque yo, sinceramente, prefiero el descanso.
Mañana volverá a ser sábado, y prefiero reservar todas mis fuerzas para este momento.
Me paso el día imaginando mi fin de semana. Sé que lo veré. Sé que los veré.
Los ojos oscuros y los ojos claros aparecen en mi mente, danzando.
