Capítulo 27-.Tenemos que intentarlo...

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Capítulo 27.- Tenemos que intentarlo...

Dos días más habían pasado. Una semana entera sin ver a Talia, siete días sin saber nada de RoastFalls, y la misma cantidad de tiempo sin poder sentir libertad.

No podíamos cometer ningún error, por eso le había pedido a Tracy que soportara un poco más. Le había prometido que la sacaría de aquí a como diera lugar, pero hacerlo requería de un plan muy bien elaborado y sin ningún detalle olvidado. Por eso habían pasado cerca de cuarenta y ocho horas en las que yo me había estado comiendo las uñas y desgastando mi cerebro en algo que nos ayudara a marcharnos de aquí con el suficiente lapso de tiempo, para que cuando Reynold se diera cuenta que habíamos huido nos encontráramos bien lejos.

Aunque esa no era una completa solución de todo este lío. Reynold iría a RoastFalls y nos traería de vuelta, eso sin dudarlo; por ello tenía que encontrar alguna forma de obligarlo a dejarnos en paz. Algo estaba pasando por mi mente... Sólo esperaba que funcionara.

—Lo tengo, Tracy —hablé después de quién sabe cuánto tiempo. No había comido siquiera.

Ella me vio con la misma mirada temerosa que tenía puesta en la cara desde que habíamos puesto un pie aquí. Suspiró y asintió. Yo sabía que no quería que le contara nada, porque ella pensaba que si lo hacía iba echarlo todo a perder, así que me contuve.

Pasaron otros pocos minutos hasta que por fin me había decidido a poner todo en acción, y, a un paso de girar el picaporte, con mis manos sudorosas y mi respiración anormal, Tracy y yo oímos una fuerte discusión.

— ¡Eres un maldito imbécil, ya sabía que eras un inútil, pero quise confiar en un bueno para nada como tú! —esa definitivamente era la voz de Reynold. No podría confundirme aunque lo intentara. — ¡Idiota, idiota, eso es lo que eres! ¡Una mierda bien hecha!

Mi hermana y yo nos quedamos viendo con sorpresa. Instintivamente mi mano voló de la perilla a mi pecho.

—Por favor, trata de calmarte. Dame otra oportunidad... —decía el otro. Nunca antes lo habíamos oído, pero por lo que se percibía, el dueño de la voz era alguien joven.

— ¡¿Cómo me pides que me calme?! ¡Acabas de perder cincuenta millones! ¡En toda tu miserable vida podrás tú conseguir ese dinero, maldito bastardo!

—Papá, por favor... — ¿!QUÉ¡? ¿Había oído bien? Esto tenía que ser una maldita broma, o algo tenía que estar mal conmigo, algún problema auditivo o lo que fuera pero esto no podía ser jodidamente cierto.

La rubia me observó incrédula una vez más, con el ceño bien marcado. Ella también había oído lo mismo, así que no podía ser solamente mi imaginación.

— ¡No me llames así! ¡Tú no eres mi hijo! ¿¡Cómo podría yo ser padre de una escoria inservible como tú!?

—Yo, lo siento... —continuaba el supuesto hijo de Reynold.

— ¡Cállate! —se escuchó un estruendo en toda la casa, luego un ruido seco. ¡Joder, ese mal nacido había golpeado a su propio hijo! — ¡Nunca tendrás derecho a ser hijo mío, eres tan poca cosa! —continuaba despotricando.

—Entonces, te demostraré lo contrario... —no sé por qué, pero me pareció percibir rabia en aquella oración.

Y eso fue todo.

No sólo estaba conmocionada y totalmente en blanco, demonios, Reynold tenía un hijo y no podía creerlo. ¿Cómo alguien pudo haberse involucrado en un maldito miserable como él? Si era tan bestia, tan sin escrúpulos que daba náuseas... A menos que la madre del chico haya sido vio...

Extrañas©✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora