Capítulo 12-. ¡Helado!

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Capítulo 12-. ¡Helado...!

Lloraba, a mares, y sin la mínima intención de esconder mi rostro demacrado y feo gracias al delineador y máscara corridos. Algunos alumnos que pasaban alrededor se me quedaban viendo con lástima, uno que otro como si fuera un adefesio, y otros simplemente me ignoraban, lo cual agradecía mentalmente. Estaba sentada en una de las bancas del patio principal, con mis piernas enroscadas y los brazos a los lados, encorvada.

Me sentía realmente fatal, por lo que había sucedido y por cómo algo como eso me había afectado tanto. Era tan complejo y molesto. Tiempo atrás no me hubiese imaginado en esta situación.

Había besado a Jaden en un momento de debilidad, cuando me había enterado de lo que escondía tras esa actitud arrogante, misteriosa y cínica. Y me pesaba haberlo hecho, porque no sabía si tenía sentimientos hacia Jaden o sólo lo había hecho por compasión. Y también estaba Maxon, que nos había visto, y aunque me costara admitirlo odiaba el hecho de que nos hubiese descubierto. Estaba metida en un gran lío. Era como si estuviera reviviendo lo que había pasado hace un año entre ellos, otra vez se estarían disputando la atención de una chica, pero esta vez no eran amigos y eso lo complicaba aún más, yo no quería ser la razón para que ellos vivieran en una constante guerra, lo último que deseaba era estar en un triángulo amoroso, y menos con un par de chicos que ya tenían una justificación por la cual odiarse.

Pensar en todo aquello me partía en dos, me sentía tan sucia y miserable, ¿cómo rayos me había metido en este embrollo?

Lo único que deseábamos mis hermanas y yo al venir a RoastFalls era escapar de Reynold y vivir una vida tranquila, no tener que mantenernos aisladas del mundo y vivir alejadas de los problemas. Pero aquí estaba yo, indecisa, dentro de una grave cuestión que me pesaba a tal punto que no sabía qué demonios hacer conmigo misma y con mis pensamientos e ideas de posibles soluciones que me dejaban en la misma situación, a la deriva.

Lo único que quería era que mi mente estuviera serena, que el mundo se apiadara de mí y me arrancaran la cabeza, o que cayese de pronto una terrible tromba y me impactara un rayo, pero obviamente eso no iba a pasarme porque no tenía tan buena suerte y porque me merecía sufrir, aunque me costara aceptarlo. Pensar tanto me estaba dando dolor de cabeza.

Sin darme cuenta el resto de las clases habían acabado, tomé mi mochila y me la coloqué nuevamente en los hombros.

Empecé a andar hacia el estacionamiento para esperar a mi hermana, desganada, sin ánimos siquiera de voltear a mi alrededor y ver si me seguían observando como un alíen. Al poco camino Tracy me llamó desde lejos haciendo que varios concentraran su atención a nosotras, de manera eufórica como era usual en ella.

— ¡Lía! —gritó antes de bajar corriendo las escaleras.

Cuanto más se acercaba la luz de su rostro y su amplia sonrisa se disminuía hasta quedar totalmente seria.

— ¿Qué sucedió tundra, por qué estabas llorando? —usó el apodo que se había encargado de asignarme, porque según ella yo era así de fría. —Y no me digas que no lo estabas haciendo porque te conozco como a mi guardarropa —sonreí ligeramente ante su comparación, ella podía sacarle el humor hasta a la situación más deprimente.

—No lo estoy negando —Dije, indignada. —Preferiría no hablar de ello.

Y eso fue más que suficiente para que quitara su mirada de encima de mí y se colocara a mi lado sin reprochar ni exigir nada. Ésa era otra de las razones por la que me llevaba tan bien con Tracy, sabía cuándo era ocasión de ponerse seria y respetar mi postura.

Comenzamos a caminar hacia la casa, y Tracy hablaba sobre las muchas cosas divertidas que le habían pasado durante el día.

—...Entonces Gina escupió la malteada sobre Iker y todos comenzaron a reír sin control — estalló en carcajadas.

Estaba cien por ciento segura de que su relato era fantástico y que realmente había sido una escena muy graciosa, porque ella tenía el don de hacer carcajear a cualquiera, pero conmigo era difícil, por lo menos ahora que mi mente estaba en otro sitio.

—Vamos, Lía. Mis chistes no tienen gracia si no sonríes por lo menos — suspiró y adoptó la forma en la que estaba parada: la cabeza gacha, mi espalda jorobada y arrastrando los pies.

—Deja de hacer eso, cabezona —le mostré la lengua y sonreí, volviendo a mi estado anterior.

— ¡Lo tengo! —soltó de pronto, haciéndome frenar con su mano sobre mi brazo.

La observé sin muchos ánimos, invitándola a decir su tan brillante idea, mientras seguía avanzando con lentitud.

— ¡Helado! — dijo a mis espaldas.

Frené al instante, ella se acercó lentamente por detrás, sonriendo con suficiencia y señalándome con su dedo, acusadora y divertidamente.

— ¡Te he hecho sonreír, realmente! —se elogiaba a sí misma, el helado nunca fallaba.

Y así decidimos cambiar de dirección e irnos directamente al centro comercial. No por nada Tracy era mi hermana favorita, me conocía hasta mejor de lo que yo a mí misma. Era estupenda y siempre sabía qué hacer.

Cuando llegamos al centro comercial de RoastFalls, que tenía una pinta mejor de lo que podría imaginarse, decidimos entrar a un lugar llamado YogürFrutz, donde ofrecían diversidad de sabores de helado a base de yogurt con frutas. Me pedí una banana Split extra grande y no demoraron en traérmelo. El local era grande y de un color rosa por varios lados y algunos anuncios celestes, al igual que las letras del local

Estaba segura que las chicas que estaban en la mesa detrás nuestra estaban susurrando acerca de mi horrible aspecto, pero estaba disfrutando tanto de mi helado como para prestarles atención.

Tracy había pedido un helado de frutos rojos y me retó a ver quién lo consumía más rápido, obviamente gané yo, porque vamos, es de Lía James de quien se trata, y nadie puede con Lía James, no cuando la comida es el tema fundamental.

La rubia estuvo a casi nada de vomitar el helado, no era tan sencillo para ella comer con velocidad, por lo que había hecho infinidad de caras grotescas y muecas graciosas, y sí, había conseguido lo que se propuso, me hizo reír de tal forma que llamé la atención de todos los presentes, y los empleados tuvieron que pedirme que bajara el volumen porque resultaba irritante.

—No vuelvo a competir contigo —hizo una cara de desagrado mientras se sobaba las sienes, el terrible frío le había provocado jaqueca.

Continúe riendo un poco más.

Pagamos lo que consumimos y decidimos que era hora de regresar a casa, no sin que antes Tracy pasara por cinco tiendas departamentales.

Extrañas©✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora