Capítulo 5: Pasando un día con Peeta

7.9K 499 67
                                    

A medio camino nos encontramos con Katniss y Gale, ella se acerca a nosotros y nos saluda.

—¿A dónde vais tan cargados de buena mañana? —Nos pregunta interesada al vernos con las bolsas que llevamos.

—Vamos a hacer el desayuno y de paso me va a enseñar a hacer pasteles. ¿Queréis venir? —Les ofrezco. Me apena admitir que lo hago más por educación que porque quiera que vengan, ya que egoístamente me gustaría pasar ese rato con Peeta a solas. Después de todo, Peeta y Katniss demostraron tener complicidad y quererse en la arena, es cuestión de tiempo que inicien una relación, relación que sé que me destrozará y que no me queda de otra que aceptar, ya que por sobre todas las cosas, si ellos son felices juntos yo no me voy a interponer.

—Es muy amable por vuestra parte, pero nosotros ya tenemos trabajo. —Se acerca Gale y dice señalando hacia el bosque. Inmediatamente entiendo que van a cazar.

—Bueno, si cambiáis de opinión, estaremos en su casa. —Sugiere Peeta.

—Gracias, hasta luego. —Se despiden de nosotros y mientas ellos se dirigen hacia el bosque nosotros seguimos nuestro camino a la Villa.

Una vez ya estamos en mi casa, Peeta despliega todos los instrumentos e ingredientes que hemos cogido de la panadería en la isla de la cocina. Va a ser la primera vez que estrene esta cocina. Peeta me pasa un delantal y comienza a coger los ingredientes.

—Ahora estoy a tu disposición, haré todo lo que me órdenes. —Le digo divertida.

—Prepárate, porque soy muy duro en la cocina. —Se burla.

Es difícil saber dónde está cada cosa en mi cocina, pasamos más rato rebuscando entre los cajones y armarios que en la preparación. Según me va indicando Peeta, yo voy añadiendo ingredientes a un bol y los voy mezclando. Él me ayuda cuando son cosas que necesitan un poco de conocimiento sobre el tema y poco a poco el tiempo va transcurriendo en una bonita harmonía.

Me está enseñando a preparar un pastel de chocolate sencillo que no requiere de mucho conocimiento. Yo pensaba sería algo más complicado de hacer, pero en verdad me resulta muy divertido y sencillo. Lo que más me gusta es que a escondidas de Peeta voy comiendo trozos de chocolate, esta creación del ser humano va a ser mi nueva obsesión. Antes de las diez y media de la mañana ya hemos terminado y puesto la masa en los moldes y estos en el horno.

Por ahora solo tenemos preparado el bizcocho, pero ahora toca preparar el relleno y la cobertura para decorar el exterior del pastel. También es de chocolate, así que de vez en cuando Peeta me pilla metiendo el dedo para probarlo un poquito. La excusa que le digo es que estoy comprobando que el sabor sea bueno o que hayamos puesto lo suficiente de azúcar. Él no dice nada simplemente se ríe obviamente no creyéndose mis pobres excusas.

Cuando terminamos con el relleno y la cobertura la metemos en la nevera para que mientras esperamos que se hagan los bizcochos no se derritan o pierdan la consistencia. Menos mal Peeta sabe de esto, yo lo hubiera dejado afuera de la nevera y me la habría comido antes de que pudiese decorar el pastel.

Mientras que el bizcocho se termina de cocinar, nosotros aprovechamos para recoger y limpiar los utensilios que hemos usado y para organizar y limpiar la cocina. Estoy tan concentrada sacando la harina seca de la encimera que no me percato de sus intenciones hasta que noto como pasa su mano manchada de harina por mi mejilla manchándola en el proceso. Mi primer impulso es de sorpresa y le miro sorprendida sin creer que haya hecho eso, rápidamente transformo mi expresión de sorpresa en una sonrisa burlona. Cojo un puñado de la harina que hay en la encimera y se la lanzo a la cara, dejándole toda la cabeza y cara blancas ya que no le da tiempo a apartarse. Se sorprende por mi acción, pero de seguida se ríe. Es así como comenzamos una persecución por toda la cocina mientras nos lanzamos harina el uno al otro.

A ojos de cualquiera podemos parecer algo infantiles, pero no me importa, me siento como una niña, siento que esta debería haber sido mi niñez y no el tener que preocuparme por si iba a comer ese día o no. Esta debería ser la niñez de cualquier niño, hacer travesuras, divertirse, no tener responsabilidades y ser feliz.

Recuerdo que mi abuelo muchas veces se esforzaba para intentar darme la niñez que merecía, que en realidad todo niño merece y por desgracia no todos tienen. Intentaba pasar tiempo conmigo y jugar, incluso cuando venía agotado de su jornada en las minas hacía el esfuerzo para que yo pudiese tener una vida más normal. Me acuerdo de una vez cuando yo tenía cinco años que estaba muy triste porque ese día había terminado de construir una cometa que me había llevado semanas entre recaudar el material y construirla a base de ensayo y error, y tenía muchas ganas de probarla. Lamentablemente mi suerte no jugó a mi favor y ese día se pasó prácticamente desde que me levanté, hasta que me fui a dormir, lloviendo sin parar. Mi abuelo, después de llegar de su dura jornada de diez horas en la mina, me sacó a la calle y nos pasamos gran parte de la tarde jugando en los charcos de barro. Saltaba de un charco a otro, me divertía con mi abuelo, y eso me hizo olvidar todo rastro de tristeza. Es uno de los recuerdos que más atesoro de mi niñez, porque a parte de que fui feliz, me sentí una niña de verdad.

Nosotros seguimos correteando alrededor de toda la cocina, él intentando cogerme para seguir embadurnándome de harina y yo huyendo de él para que no lo consiga hacer. Llega un punto, en el que el suelo está tan lleno de harina que mientras corro alrededor de la encimera huyendo de él, me resbalo y ...

 Llega un punto, en el que el suelo está tan lleno de harina que mientras corro alrededor de la encimera huyendo de él, me resbalo y

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
En llamas (Peeta Mellark y Tu )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora