Capítulo 28: Locura al Ocaso

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Claro, parte del sistema. Pero, ¿cuándo acepte a serlo?

En fin.

Esperamos a otros chicos, más grandes y asustados. Después da un lánguido discurso e instrucciones, pero nadie realmente presta atención. Ni siquiera él atiende a sus propias palabras, simplemente las recita. Movemos nuestros cansados pies entre las nubes de polvo y la lumbre. La gente nunca detiene su marcha, ni siquiera para disculparse cuando chocan con nosotros. Recorremos senderos entre arbustos muertos, el rugido del viento me congela los brazos, ya que la niebla no da suficientes cobijo. Ni de chiste. Al mirar mis manos adoloridas, por primera vez noto el uniforme chamuscado, mi cabeza da un pequeño brinco. Pero nadie parece conocer dicha institución. No es que sea la cosa más prestigiosa.

Debajo de un valle, en un grupo de montañas varias puertas toscamente colocadas pueden ser apreciadas desde la distancia. Glo nos dirige a la más grande y vieja; con antorchas a los lados y cerrojo de metal. Cubierta de maleza. La golpea haciendo pronunciadas pausas y sin hacer ruido la puerta se abre. Hace una seña para que entremos a un comedor largo. De estilo clásico y anticuado. Pero al prestar atención, pudo ver las texturas gastadas y polvorientas. Sentada en la cabecera de la mesa larga y desnuda, una joven de cabello marrón oscuro y sedoso nos observa con sus enormes ojos. A diferencia de todos, ella parece haber salido de un cubo de pintura, el rostro, las manos y gran parte de su melena salpicadas de lo que parece ser pintura rosa y rojo oscuro. Al principio muestra serenidad, no obstante, cuantos más de nosotros entramos a la habitación, sus ojos empiezan a reflejar una locura escalofriante.

-¡Esplendido! ¿Qué tal, chicos? ¡Vengan, vengan!- dice con voz excéntrica saltando de su asiento y trepando a la mesa, corriendo al centro y señalando las sillas. Siento un mal augurio con solo ver sus movimientos como si en cualquier instante fuera a saltarme encima.

Finalmente, todos compartimos una cena silenciosa ya entrada la noche. Sopa y pan, con agua de río. Apenas empezamos a ver la comida, la muchacha se presentó cortésmente. Gía se decía llamar. Al principio quería entablar conversación con cada uno, pero nadie estaba dispuesto a comentar de más. Al cabo de un rato, Glo empezó a darle un reporte sobre las minas y el itinerario de mañana. Ella saltaba y reía espontáneamente en cada palabra, jugando con su cabello; feliz por nuestra llegada y al parecer, las buenas noticias.

-Nuevos subordinados para Laney. Laney estará feliz. Y va a sonreír, con sus blancos dientes. Deslumbrantes colmillos- comenta despeinándose su inusual melena fijándose en un punto invisible.
-Mañana será su registro y primera visita a las bodegas. Así que, les conviene dormir temprano- concluye Glo dejando la mesa. Todos asienten en silencio. Por un segundo, siento su mirada clavada en mis ojos, nerviosa bajo la cabeza y corto mi angustia.
-Bueno, ya, ya. Al parecer todos dormiremos con el estómago lleno, excelente. Excelente. Ahora...- dice recobrando la seriedad de manera precipitada. Gía, la niñera maniática. Peor, nuestra guardiana desequilibrada se levanta de su asiento y con una patada derriba su silla para tomar una vela y apagarla con los dedos.

-Laney los trajo aquí por una razón- empieza a pasearse por los asientos. Sus pasos hacen crujir la madera-. Glo adiestrara para que sea buenos niños. Y yo... Me encargaré de quitarle los ojos a aquel que no cumpla con su trabajo. ¿¡Me oyeron, escorias?!

Su voz suena torcida cuando grita. Nos hace temblar a todos. Algunos afirman, pero no tengo la lengua hecha un nudo y apenas puedo tragar saliva. Nadie se mueve, no obstante Gía sigue dando lentas zancadas detrás de nosotros. Puedo oír su vestido y sentir un aire caliente en mi nuca. Todo mi cuerpo se tensa.

-Te haré la cena si intentas algo inteligente, Lennah.

Cuando dice mi nombre casi me pongo a llorar. Pero el miedo se va evaporando poco a poco y veo a mí alrededor. Analizo todo, memorizo cada detalle. Recobra la postura y acaricia mi cabeza.

-Buenas noches, pequeños.

***

-¡Oye, oye, despierta!

Alguien me sacude violentamente y de un golpe despierto. Paró en seco para no golpearme con la litera arriba de mi cabeza. Glo me hace una seña y guardo silencio. Coloca en mi regazo un paquete, apunta hacia la salida del diminuto dormitorio y nos marchamos.

No dice ninguna palabra. Al pisar el comedor una figura sentada en la cabecera levanta la cabeza. Los ojos de Gía brillan en la oscuridad. Suena un chispazo y se hace luz, la delgada vela ilumina lo suficiente.  Ahora, manchada de carbón con las manos chorreando de una espesa sustancia. Ni siquiera pienso en lo que es. Su sonrisa se ensancha cuando cruzamos miradas. Antes de soltar un grito, abre los ojos y  posa en sus labios su dedo índice. Me muere de risa, mientras yo... Quiero saltarle encima y salir corriendo. Todo carece de sentido. Mi cuerpo tiembla. ¿Qué ha hecho? 

-Dije que no intentaras nada inteligente, dulzura. 

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