Capítulo 32: Llévame a Casa

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Las hebras rubias de su cabello resplandecen a la luz del sol. Tiene unas pestañas largas. El color gris de sus pupilas analiza mi rostro, como si estuviera alucinándome. Por un momento deseo quedarme así por siempre, con la vista clavada en él. Sintiendo un tacto familiar; él emana esa sensación cálida y difícil de olvidar. Edwin refresca mi memoria con hojas verdes y altos robles, viejas fotografías, tardes paseando un cachorro, sonrisas de hermanos, y recuerdos dolorosos. Cosas que me impiden romper el silencio. Seguramente piensa que en cualquier momento desapareceré.

Libera mis labios; y se pone en cuclillas. Se ve tan diferente, casi no puedo reconocerlo. ¿Cómo escapó? ¿Qué hace aquí?

— ¿Estas aquí? ¿Conmigo...? — murmuro yo, con una alegría del todo impotente. Abro los ojos, y en un intento de tomar su mano él se aleja. Como un animal asustado, salta y da dos pasos atrás. No, no, no. Abre la boca, pero de su boca no escapa nada. Da media vuelta para irse, pero... En un veloz instante mira atrás. Y se va, sin decir nada, me deja sola... De nuevo.

***

— ¿Dónde está él?— apenas muestro la cara por el campamento, varios oficiales exclaman nerviosos.

— ¿Qué hay de ustedes? ¿Dónde estaban? —muevo las cejas, indispuesta a decirles la verdad. Sin embargo, me alegro su falta de habilidad y dejarme la situación.

—Tomamos los caballos, pero la foresta nos impidió seguirlos. Y los perdimos en cuestión de segundos, señorita.

—Diablos... Se fue, ¿bien?— concluyó hartada, con un gran dolor de cabeza. Mi vista vuelve a ser borrosa, y mi estómago se revuelve. Aparto a todos de un manotazo, y entro a una tinta vacía.

Me toma unos minutos controlarme. Pero tardo en asimilar todo esto. Edwin. Mi mejor amigo. ¿Hace cuánto tiempo no lo veía? Estamos en medio del bosque, lejos de cualquier autoridad; en un campamento pobre e improvisado, toda la gente encadenada son mendigos y enfermos. ¿Qué hace un chico de cuidad aquí?

—Él debió preguntarse lo mismo— me reprende mi conciencia.

De pronto, varios gritos suenan afuera de la tienda, sorprendiéndome y saltando del susto. ¿Acaso no puedo tener un descanso? Potente y enfurecida, lista para mandarlos a callar descubro la peor escena que ni siquiera mi mente pudo imaginar.

A varios metros, entre carrozas, guardias y una gran fogata apagada están tres guardias golpeando a una figura pequeña y frágil a comparación de ellos. Lanzando inexpertos puñetazos Edwin intenta defenderse, mas todo movimiento suyo es detenido. Sin ningún esfuerzo lo tiene contra la tierra, y buscan algo en sus bolsillos.

— ¡Alto, idiotas! ¡Deténganse, es mi amigo! —de nuevo, cegada por la impotencia salto hacia ellos; que confundidos lo dejan ir.

—Pero, señorita, es el chico que escapó hace una hora. Lo atrapamos...

—Wow, asombroso. ¿Quieres un aplauso o una galleta?

—Lennah...

Seis letras, Dos silabas. Dichas en un susurro parecen tanto, y en la boca de él son lo único que necesito. Mi nombre, uno que no importaba, uno que ni siquiera mi madre solía decir.

 —Llévame a casa

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—Llévame a casa.

— ¿Puedes levantarte? Vamos, toma mi brazo —centro mi atención en su rostro golpeado, no parece grave—. Y ustedes, ¿qué sucede? ¡Traigan a un doctor, pedazos de estiércol!

Salen a toda prisa, y al volver la vista hacia Ed, está pálido. Pierde sus fuerzas y cae al suelo; apenas logro sostenerlo y evitar una horrible caída. Acaricio su mejilla, ardiente.

—Tengo... —musita en el delirio— mucho sueño.

—Vamos, despierta. No cierres los ojos —me aferro a su cuerpo, temblando. Pellizco sus mejillas, grito su nombre, lo amenazo con cualquier estupidez mas no responde. Con el corazón latiendo en mi sien, una prisionera se acerca y le coloca una sucia compresa de agua fría. No iba a perderlo, justo después de haberlo recuperado. Pasan segundos, minutos, milenios cuando se llevan su cuerpo hacia una tienda. Me impiden seguirlo, diga lo que diga. Sin embargo, no importa lo conmocionada que este ninguna lagrima surca mi rostro.

Finalmente, abre los ojos y me dan permiso para verlo.

—Gran idiota

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—Gran idiota...

—Hola, Leh.

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¡Oh, yey! De regreso con Eddie, o Ed o como quieren decirle. La verdad mi plan era dejarlo toda la historia, y bueno aquí va. ¿Qué les parece? ¿Les sorprende? ¿Les confunde? Comenten su opinión, siempre me es grato oír todas sus opinions, ladies and gentleman. Y recuerden, cada voto es un dolar para la causa de gatitos sin hogar por todo el mundo. Muchas gracias por leer, y hasta la próxima. Bye, bye!

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