Prólogo

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Eché un vistazo alrededor, marqué el número que había terminado por aprenderme de memoria y tamborileé alegremente con los dedos sobre la mesa, esperando que contestara.

—¿Qué tal? —respondió Nathan al tercer tono—. ¿Reporte de la situación?

—Favorable —dije con una sonrisa.

—¡Wow! ¿En serio?, ¿te miró?

—No... Bueno sí. Tampoco es que haga como que soy transparente cuando nos cruzamos en los pasillos, solo intenta no... Aish, me estás haciendo desviarme. Ese no es el punto.

—¿Entonces?, ¿por qué la situación es favorable?

—Porque tengo un brillante y maravilloso plan, y necesito tu ayuda.

Nathan resopló al otro lado de la línea.

—¿Quieres que te ayude más de lo que he estado haciendo? En serio, creo que Elisa me va a matar cuando se entere de...

—Pero no tiene por qué enterarse —lo interrumpí—. Aún.

Él lo dudó un momento, pero yo sabía que me iba a terminar diciendo que sí.

—Okay... ¿Cuál es el plan y qué necesitas?

—Genial. Te veo en Starbucks en diez.

—Whoa, whoa. Cálmate, hermano. Además creo que se te olvida que estamos a unos cuantos kilómetros de distancia.

—Oh, ¿en serio? —comenté despreocupadamente—. Porque yo estaba seguro de que lo tengo en frente es tu universidad.

***

—Estás loco —exclamó Nathan sentándose frente a mí y mirándome como si fuera un bicho raro—. ¿Tan importante es que decidiste tomar tu auto y conducir unas cuantas horas, o solo es la excusa para venir a verme sin admitir lo mucho que me extrañas? Oh, espera hay otra opción: estás loco.

Me encogí de hombros.

—Son solo dos horas de camino, Nathan. No es gran cosa —dije haciéndole un gesto a una mesera para que nos atendiera.

La chica se acercó y sonrió.

—¿En qué les puedo servir?

Nathan le correspondió la sonrisa en automático y yo me reí por lo bajo. ¿Por qué todas hacían lo mismo, ah? El mismo tonito y el jueguito con el cabello... ¿Qué rayos con eso?

—Creo que vamos a ordenar... —empezó Nathan sin molestarse en disimular en absoluto la radiografía que le estaba haciendo a la mesera.

Lo corté en seco y pedí por ambos antes de que él pudiera soltar lo que estaba seguro de que iba decir.

—Claro, guapo —contestó ella guiñándome un ojo e inclinándose a posta sobre la mesa con la excusa de recoger una servilleta.

Negué suavemente con la cabeza y me crucé de brazos, cosa que la despistó por completo.

—Es inútil, nena —intervino Nathan, señalándome—. Su corazoncito ya tiene dueña. Ponle a Megan Fox delante y no va a pestañear siquiera.

—Oh.

Y ante esa respuesta no puede evitar que una sonora carcajada se escapara de mis labios. La chica me miró con una mezcla de confusión, decepción y curiosidad.

Ahora déjame flecharteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora