Capítulo 40

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Andrew's POV

La siguiente clase fue incluso peor, si es que eso era posible. A Joseph se le ocurrió la brillante idea de llamar a lista, aunque estoy seguro de que lo hizo a propósito porque cuando llegó a Elisa, levantó la vista del papel de inmediato, como alerta a ver qué pasaba. La miré de reojo, esperando alguna reacción por su parte, pero ella solo se miró las uñas como si fueran lo más interesante del mundo. A pesar de que no entendía en absoluto su actitud, me quedé completamente callado, y no fui el único.

—¿Elisa Windfrey? —repitió Joseph—. ¿No está presente?

Ante la mención de su verdadero nombre el ambiente se hizo tan tenso que se podría haber cortado con un cuchillo; todos parecíamos más ansiosos que Lisa misma, y al ver que ella no daba señales de siquiera darse por enterada de lo que estaba pasando, nadie se atrevió a abrir la boca. Me fijé esta vez en el profesor y me di cuenta de que estaba mirando de reojo a Lisa. Por supuesto que él ya sabía quién era, y ella también tenía que saberlo, así que ¿a qué estaban jugando ese par?

Joseph se aclaró la garganta y lo dejó pasar. Llamó los cinco últimos nombres de la lista, antes de decir:

—No estás en la lista, Sophia.

Ella no se dignó contestarle o siquiera alzar la vista.

—Mmm... —murmuró él en asentimiento, como si hubiera entendido a la perfección—. ¿Sabes?, es muy poco inteligente hacer lo que hiciste, mucho más cuando todo el alumnado y profesorado sabe perfectamente quién eres, Elisa.

Silencio total y absoluto. Creo que todos contuvimos la respiración, pero a Lisa no pareció afectarle ni un poco. Posó sus ojos en Joseph, como quien no quiere la cosa, se encogió de hombros y se apartó el cabello de la cara.

—Escucha, si no quieres tener problemas conmigo será mejor que dejes esa actitud, ¿entendido?

Su tono autoritario hubiera bastado para ponerme furioso, de no ser porque ella se limitó a sonreírle con superioridad. Dios mío, ¿qué le estaba pasando? Era una faceta completamente desconocida para mí, en la que Lisa andaba dejando de lado su parte racional con la que le daba bofetadas con guante blanco a todo el que se le opusiera y ahora parecía una auténtica adolescente rebelde y altiva. Pero lo peor de todo era que eso no conseguía disgustarme del todo, sino que más bien me resultaba un poco —bastante— atractivo.

Diablos, esa chica me iba a volver loco.

Se lo mencioné unas horas después, justo cuando terminábamos nuestro trabajo semanal en el laboratorio y ella me sorprendió con una sonrisa radiante.

—¿Por qué a los hombres les gusta tanto eso? —comentó—. No me quejo, pero es como un principio inversamente proporcional completamente ilógico. Entre peor los trates, más les gustas —se rió suavemente—. Funcionó contigo.

Hice un sonido mezcla de bufido y aprobación que hizo que ella se riera con más ganas. De repente se quedó seria y me miró con gravedad.

—Espera, no estarás sugiriendo que le gusto a ese tarado, ¿verdad?

Me encogí de hombros en un intento de restarle importancia al asunto.

—Tal vez —murmuré.

Ella hizo una mueca.

—Ay, ¿por qué eres tan... Ave de mal agüero? ¿Sabes qué? Elijo pensar que es tu paranoia normal de que todo el mundo se enamore de mí.

—No sé, Lisa. Solo digo que posiblemente le estás dando demasiadas razones para fijarse en ti.

Ahora déjame flecharteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora