Capítulo 30

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El ánimo estaba lo bastante agradable para que se propiciara una salida en familia, y a nadie le disgustó la idea. Casi sentí que estaba estorbando un poco ahí, por lo que abrí la boca para excusarme e ir a mi casa, y más bien resulté regañada.

—Bien, les agradezco muchísimo por el rato. Creo que mejor yo ya los dejo...

—¡Ni se te ocurra! —me riñeron los cuatro a la vez.

—Lisa, sabes que eres bienvenida en esta casa —dijo la mamá de Andrew con una sonrisa cariñosa.

—Y se los agradezco muchísimo, solo que no quisiera interrumpir su tiempo en familia.

—No interrumpes. Eres parte de ella.

Me sonrojé en el acto y entonces me fue imposible rechazar la invitación. Nos subimos en la camioneta negra del padre de Andrew y continuamos nuestra conversación durante el camino.

—Papá, ¿a dónde vamos? —preguntó Kesly justo cuando yo iba a preguntar lo mismo.

La camioneta se había desviado del rumbo hacia el parque al que estábamos acostumbrados.

—Oh, te gustará, nena —respondió él sonriendo—. No lo conoces aún, pero solíamos ir con tu hermano cuando él tenía tu edad.

Andrew saltó en su asiento inmediatamente.

—¿En serio? —preguntó con el mismo entusiasmo de un niño pequeño—. ¿El del tobogán azul gigante?

Sus padres y yo nos reímos.

—Sí, amor, ese.

—Oh, Dios. —murmuró Andrew, luego se giró hacia mí y explicó en voz baja—: No vamos hace como diez años. Creo que mi infancia transcurrió en ese parque.

Sonreí, imaginándome a un mini Andrew jugando fútbol.

Llegamos bastante rápido y apenas nos bajamos, fue como si Kelsy acabara de entrar al paraíso. Lo del tobogán azul gigante solo había cambiado por el hecho de que ya no era azul, sino rojo. Había juegos por todas partes, a los que se les notaba lo nuevos, dos canchas de baloncesto y otras dos de fútbol. Y un montón de niños se reían y corrían de un lado a otro. Kelsy emprendió carrera en el acto y sus padres tuvieron que ir detrás de ella gritándole que no se emocionara y tuviera cuidado. Lo cual nos dejó solos y rezagados a Andrew y a mí. Lo miré de reojo para darme cuenta de que a él los cambios no parecían agradarle mucho. Se cruzó de brazos y dijo justo lo que me esperaba:

—Se veía mejor pintado de azul.

Solté una carcajada y luego hice que me mostrara qué cosas habían cambiado y qué no.

—Todos esos juegos de allá no existían —exclamó señalando a su izquierda—, era un campo verde donde jugábamos a la lleva. Y talaron los árboles de aquella zona, es el colmo. ¡Allá jugábamos escondidas!

Seguí sus pasos, sonriendo por lo tierno que se veía reclamando por su antiguo parque.

—Los columpios eran distintos. No sé muy bien qué les hicieron, pero te aseguro que hay algo diferente. Las canchas siempre han estado ahí, pero antes no había tanta gente —frunció el ceño, disgustado.

Le acaricié el brazo, sin poder borrar mi sonrisa.

—¿Y qué sigue exactamente igual?

Andrew se lo pensó un momento, pero después su mirada se iluminó.

—La zona del tobogán está casi intacta (excepto por el color del tobogán, no puedo creerlo). Los arbustos de allá al fondo... Son el mejor escondite del mundo. Se ve todo desde adentro, pero nadie te ve desde afuera —se giró, examinando el lugar y caminó hacia una zona más despejada. Se paró en un punto específico, señaló y sonrió—. Y exactamente aquí conocí a Charlie. Su patada se desvió un tanto, salió de la cancha y terminó en mi cara. Así nos hicimos amigos.

Ahora déjame flecharteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora