Capítulo 3.

47 4 3
                                    

Se había acabado, solo le quedaba resignarse a que las cosas quedarían así, el único consuelo que encontraba: era imposible que ese demonio disfrazado llegara a ella de nuevo. Seguiría allí, dentro de su baúl, decomisado junto con sus demás pertenencias dentro de su casa que ahora estaba cerrada y llena de polvo por ser la escena de un reciente crimen.

Jocelyn se imaginaba que su casa sería vaciada de todas sus cosas y estas entregadas a sus padres o a su hermana Jacqueline, luego sería expropiada y el que había sido su hogar por catorce años sería propiedad del gobierno. O tal vez limpiarían el lugar y lo venderían, puede que hasta piensen demolerlo y vender el terreno a alguna empresa inmobiliaria.

En fin, hagan lo que hagan con ella ya no volvería más, tenía treinta y cuatro años, envejecería en la prisión, y al salir jamás volvería allí.

Llevaba apenas una semana encerrada y los días se le iban haciendo eternos, como si el tiempo conspirara contra ella para hacerla sufrir el doble de su tortura.

Cada día era la misma rutina, levantarse, ir a las duchas, desayunar y trabajar, que básicamente consistía en costura, bordado, limpieza y jardinería, con descanso de una hora al medio día para el almuerzo y otro más de seis a siete para la cena. Luego de ello cada convicta volvía a su celda en la cual se les permitía entretenimiento como la lectura.

Cada domingo a primera hora era obligatorio dirigirse a la misa en el ala norte que tenía una duración de una hora, después de ello iniciaba el tiempo de visitas que eran todos los miércoles y domingos desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde, esos día, por supuesto, no había trabajo.

La vida en la prisión era monótona, para nada como Jocelyn pensaba que sería, los guardias abundaban por todas partes lo que ayudaba a mantener la calma dentro del recinto, no le dirigía la palabra a ninguna de sus nuevas compañeras y, se podía decir, que era prácticamente invisible para el personal; a diferencia de muchas otras hacía su trabajo en silencio y sin protestar.

Había recibido varias visita en ambos días de esa semana, un de ellas había sido de Jonathan Burke, quien trató de infundirle valor diciéndole que buscaría alguna laguna en el caso para que fuera declarada inocente y retiraran todos los cargos a su nombre.

Otra más había sido de su vecina de al lado, Alana, esa fue la más dura de sobrellevar.

- ¡Alana! No pensé que fueras a venir. - Jocelyn conocía muy bien el desagrado de su amiga hacia la delincuencia y cualquier acto que contradiga a la ley.

- No iba a hacerlo, pero necesitaba hablar una última vez contigo. - en su rostro podía ver lo difícil que le era decir cada palabra, sin saber si sería por el lugar en que se encontraban o por ella.

- ¿Qu-de qué estás hablando?

- Lamento haberte defendido tanto durante los juicios, lamento haberle faltado el respeto a Lucía de ese modo.

- ¿Piensas que yo la maté? -lo dijo en apenas un susurro pero este rebosaba dureza. Había sido un golpe totalmente bajo y era despreciable viniendo de la que tanto había dicho que la apoyaba.

- Si no entonces por qué estarías aquí. Conseguí un apartamento económico fuera de Greensboro, quiero estar lo más lejos posible de allí y de este lugar.

- Estas cometiendo un error, yo jamás...

- No lo creo, adiós Jocelyn. - se levantó de la mesa en la que estaban hablando y se fue antes de permitirle a Jocelyn decir nada.

Esa fue, según creía, la visita más dolorosa que tuvo.

Sus padres también se habían presentado confirmándole que confiaban en ella a pesar de todo e inclusive le llevaron varias cosas cuando la vieron, entre ella su álbum de fotografías, sus libro favoritos que estaban conformados por una colección de títulos de Jane Austen como "Orgullo y prejuicio", "Emma", "Sentido y sensibilidad",... y una tanda de deliciosa comida.

- Vendremos a verte desde Charlotte cada vez que nos sea posible cariño, y estaremos llamando seguido para saber de ti. - le aseguraron al abrazarla para irse, esto hizo que dejara escapar el torrente de lágrimas que amenazaba con salir desde su llegada.

- Todo va a estar bien Jossy, las cosas se arreglaran.

Su hermana Jacqueline llamó para disculparse el no haber podido ir a verla junto a sus padres excusándose con el trabajo y los niños que no le daban tiempo de viajar de ciudad, pero le prometió que en cuanto tuviera oportunidad iría y si le era posible se llevaría con ella a sus dos hijos para que convivieran con su tía.

Su jefe a diferencia de ellos apenas se molestó en telefonear.

- Ya hemos conseguido a alguien que cubra su puesto y me temo que en palabras del abogado de la compañía usted no tiene derecho a recibir ninguna indemnización. - fue lo único que le dijo el señor Kefler antes de despedirse cortésmente de ella y colgar la llamada sin más.

Akop. [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora