Capítulo 37.

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El aviso llegó más pronto de lo que todos hubieran querido. Jonathan estaba durmiendo en su apartamento, recuperando todas las horas de sueño perdidas e intentando sacar de su cuerpo el estrés de aquellas últimas semanas, cuando el teléfono comenzó a sonar junto a su cama; tardó un tiempo en despertarse lo suficiente como para entender de dónde provenía el sonido y extender el brazo para tomarlo y leer el indicador de llamadas. Para cuando lo hizo la llamada ya había terminado y el teléfono volvía a estar en silencio.

Miró la hora en el despertador de su mesita de noche, eran la una con cuarenta y tres minutos de la mañana. Devolvió la llamada a Alleah sabiendo que no iba a escuchar buenas noticias pero la voz de la mujer sonaba totalmente despierta e incluso alegre.

—-¿Diga?

—-Fabricio acaba de llegar, dice que ya está todo listo para empezar —- comenzó a decirle inmediatamente —-, te veré allí, nosotros ya estamos preparando todo para ir en camino.

Le había tomado a Fabricio dos días volver a aparecer, fueron dos días de casi normalidad, dos días que pasaron tranquilamente preocupándose por problemas comunes como ¿Qué almorzaré el día de hoy? ¿Qué programa de televisión ver? ¿Cuándo iré con los del seguro a cobrar el dinero que se niegan a darme para la reparación de mi auto? ¿Cuándo irá Cristopher a pedirme que le devuelva el suyo?

En contra de su voluntad se levantó de la cama y fue a darse una ducha fría para despertarse, presentía que lo que iba a suceder a continuación necesitaría de toda su concentración y de sus sentidos lo más vivos posible.

Se puso unos desgastados pantalones de mezclilla negra y una camiseta de algodón azul claro que encontró en el piso del cuarto de baño y salió al frío de la temporada que lo hizo arrepentirse de no haber elegido mejor su vestuario. No volvió, no quería perder más tiempo del necesario ya que sabía que si se retrasaba mucho al final su sentido común lo convencería de no salir de casa.

No había tráfico en la autopista así que estuvo llegando unos veinte minutos después, se encontró con el pequeño Toyota de Alleah estacionado afuera, ya debían de estar adentro.

La cerradura de la casa estaba abierta así que decidió recorrer el camino que ya conocía por sí solo y evitar molestar a las personas que ya debían de estar bajo el suelo en ese momento. La casa de Nancy Donahue era muy acogedora, decorada con muebles de madera clara con montones de fotografías de su juventud, de su boda, de Alleah cuando tan solo era una bebé, luego una niña. También había pinturas en las paredes de coloridas flores silvestres y cortinas blancas con bordados que cubrían las ventanas, pero a pesar de lo suave de la decoración y lo cálido que en algún momento debió ser aquel lugar con su chimenea encendida durante una tarde de diciembre y el delicioso olor a leña inundando cada rincón, en ese momento él sentía frío, pero no el frío normal que sientes cuando la temperatura está algo baja y una brisa choca contigo. Era un frío extraño, como el que sientes cuando tienes fiebre alta y es tu propio cuerpo el que está frío aun cuando tu temperatura es más caliente de lo que debería y comienzas a sudar sintiendo las gotas congeladas sobre tu piel.

Era ese el tipo de frío que Jonathan estaba sintiendo ese momento, el que te hace creer que los malos augurios existen y que no te depara nada bueno el final del camino.

Llegó al patio trasero y se acercó a las puertas de madera que de nuevo estaban cubiertas de hierba y raíces. Cuando se puso de cuclillas para retirar a la naturaleza que se había abierto paso hasta sobre la trampilla vio algo negro moverse arrastrándose sobre las hojas. Era una larga serpiente de escamas negras.

Jonathan no conocía mucho sobre reptiles y las serpientes le repugnaban más que cualquier otro animal pero su instinto le advertía que no era una simple culebra de jardín, le decía que la que tenía en frente era venenosa. Retrocedió unos pasos yendo de espaldas para evitar perderla de vista pero su pie quedó sobre algo irregular y blando, bajo la mirada al suelo para ver como en ese preciso momento otra serpiente idéntica a la anterior abría la boca e hincaba sus colmillos en su tobillo.

Reaccionó enviando una patada hacia adelante haciendo que la serpiente se soltara de él y se retirara rápidamente a otra parte lejos del humano que comenzaba a correr en dirección a la casa sin reparar en el dolor a causa de la adrenalina, pero luego notó que no había dolor. Se apresuró a revisar su tobillo que estaba intacto.

Él había visto como los colmillos se insertaban en su piel y había sentido un panzazo en el lugar en donde su pantalón había adquirido un color más espeso calentando la parte baja de su pantorrilla a causa del calor de su propia sangre. Volvió a levantarse un poco atontado por culpa de la adrenalina que seguía recorriendo su cuerpo y, maldiciéndose a sí mismo, se encaminó nueva mente a la entrada del sótano.

Se detuvo frente a la puerta y revisó con la vista todo el perímetro deseando evitar otra sorpresa como esa, pensó en gritar desde donde estaba para que le abrieran la puerta desde adentro pero el orgullo fue más fuerte que el miedo, se sentía como un cobarde pero no quería lucir como uno y que los demás lo notaran.

Así que se agachó y lo más rápido que pudo, arrancó la maleza y tomó la agarradera de la puerta para abrirla.

Akop. [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora