Quiero
Viene a toda prisa hacia la multitud que vio a lo lejos. Tiene la ropa rasgada y llena de polvo. Lleva algo como un velo en el rostro que le cubre la boca y va hasta la nariz. Con voz fuerte, profunda, ronca y desesperada grita: ¡Inmundo, inmundo, inmundo soy! La gente le abre paso de forma instintiva. El hombre tiene lepra, pero de un tipo agresivo. Está cubierto por completo y su piel se ha vuelto tan blanca que parece estar cubierta de nieve. Fue fácil abrirse paso entre el gentío porque nadie, absolutamente nadie se atreve a tocar a un leproso. Quien lo haga sabe que también es declarado inmundo por el Sumo Sacerdote y lo echan de la ciudad hasta que sane, si es que se sana.
Este hombre se ha arrodillado, se ha postrado con su rostro en tierra. Hay cosas que uno no puede creer aunque quiera. Esta es una de ellas. Se encuentra frente a frente al Maestro, a Jesús de Nazaret. Está emocionado y a la vez nervioso. No sabe qué decir, no se atreve a levantar la vista y mirarle a los ojos. Solo atina a proferir estas palabras:
“Señor, si quieres, puedes limpiarme”.
Este desdichado ser humano no tiene dudas de que el Maestro pueda sanarle. El ha escuchado lo que ha venido haciendo en las ciudades de alrededor y por eso ha seguido a Jesús hasta esta ciudad. Su duda es si el Maestro quiere sanarle. El Señor responde:
“…Quiero; sé limpio. Y al instante la lepra se fue de él”.
¡Al instante fue limpio! ¡Al instante su vida cambió por completo! Ser leproso era más que una enfermedad en esa sociedad y en esa época. Era una vergüenza, un estigma que de por vida te distinguía. No se te permitía estar con las personas o en público. No solo tenias que lidiar con la dolencia física, sino también con la actitud de las personas, la cual era tan desagradable que hacía que la enfermedad pareciera secundaria. Fue todo esto lo que el Maestro cambió en la vida de este hombre.
Al igual que este hombre muchas personas, incluyendo creyentes, tienen una visión distorsionada del carácter de Dios. Creen que El es poderoso, pero no que esté dispuesto a obrar a nuestro favor. El Señor Jesús pudo haberle sanado sin decir una palabra o pudo haberle dicho: “Yo todo lo puedo”. Ninguna respuesta que Dios nos da es fortuita y carente de propósito. El Señor quería que este hombre estuviera seguro de la bondad de nuestro Dios en su trato con su creación. Hoy, el Maestro no solo puede responderte a esa petición, suplir tu necesitad afectiva, proveer una solución a ese problema, darte una salida a esa situación, darte la victoria en esa lucha, en esa tentación. El responde de la misma forma: “Quiero”.
( Lucas 5:12-16)
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A la orilla del lago
SpiritualEsta es una colección de meditaciones, reflexiones, cuestionamientos, preguntas, que han sido escritas como parte de mi experiencia personal con Dios. Ellas reflejan momentos de crecimiento y de fracasos, de gozo y de tristeza, de éxtasis y depresió...