Cuando le caigo bien a todo el mundo

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Cuando le caigo bien a todo el mundo 

Uno de los ejercicios más estériles que hay es tratar de caerle bien a todas las personas. Sin embargo, es algo que todos tratamos de hacer sobre todo en nuestra adolescencia y juventud. Sin excepción alguna todos nos damos cuenta, no importa cuanto nos esforcemos, que eso es casi imposible. De hecho, una marca distintiva de que estás madurando como persona es aceptar el hecho de que les vas a caer bien a algunas personas y mal a otras y que tienes que aprender a vivir con esa realidad.

 Sin embargo, a veces parece que podemos caerles bien a todos. Cuando eso sucede esa persona debería sentirse bien al poder lograr eso. Hay una afirmación que iría en contra del sentido común y fue dicha por el mismo Señor Jesús:

 “!Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas”. (Lucas 6:26)

 En los tiempos de los reyes de Israel Dios hablaba a través de profetas. En ocasiones el mensaje que Dios le revelaba a un profeta no iba a ser del agrado del monarca en turno y esto podía significar hasta la muerte para dicho profeta. ¿Qué hacía el profeta, entonces? Cambiaba el mensaje que Dios le había revelado o no decía todo el contenido para agradarle al rey, a las autoridades o al pueblo. Es decir, lograba el objetivo de estar bien con todos a costa de su integridad. Para poder lograr esto tenían que comprometer sus principios.

 En nuestro tiempo no es nada diferente. Tú no podrás caerle bien a todo el mundo y ser una persona de principios al mismo tiempo. ¿Por qué? Cada persona tiene formas de pensar diferente, ya sea por nuestro trasfondo social, filosófico, religioso, etc. Es más, tú mismo tienes formas de pensar diferentes sobre un asunto en especifico según la etapa de la vida en que te encuentres. Así que para estar bien con todos, tendrías que tener valores diferentes de acuerdo con la persona que te encuentres en ese momento. Cambiarias de principios según tu conveniencia. Te verías en la necesidad de cambiar de sistema de valores de la misma forma que te cambias de ropa según la ocasión.

 Ser una persona de principios definidos y agradar a todo el mundo no pueden compaginar. Si voy a ser firme en mis convicciones (y eso definitivamente espera el Señor de mi) debo también aceptar que no podré ganarme la aceptación de todos y por lo tanto debería dejar siquiera de intentarlo. Lo que si debo hacer es asegurarme de que le agrado a Dios con mis decisiones y de que sea justo en mi trato con mi prójimo. 

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