Tú eres ese hombre

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Leer 2 Samuel 12:7 

David, un hombre conforme al corazón de Dios. Posee a la mujer de Urías, pasan los días y no se arrepiente. Llegan los días cuando esta mujer debía tener su ciclo menstrual, no sucede, se da cuenta que está embarazada...David no se arrepiente. Manda a buscar a su esposo, pasan días para que el mensaje le llegue y que  vuelva a Jerusalén...y David no se arrepiente. Urías se queda en la ciudad, pasan días y, lejos de arrepentirse, comete otro pecado. Pasan casi NUEVE meses y por alguna razón, David sigue sin arrepentirse. Tuvo Dios que enviar a Natán y amonestarlo de forma sobre natural para que él pudiera darse cuenta de lo que había hecho.

Sólo Dios sabe en todo lo que participó David que tuviera que ver con el Señor y el orden del servicio. Durante esos nueve meses es muy seguro que le cantara a Dios, que asistiera a los servicios, que estuviera en la casa de Dios, que leyera el libro de la ley, que ayunara, etc., ¿y en todo ese tiempo el Espíritu de Dios no lo amonestó? Seguro que sí, pero por alguna razón él no escuchó su voz.

Al igual que David, podríamos haber cometido un pecado contra alguien o estar viviendo en pecado y no habernos arrepentido. Quizás pensemos que como no sentimos remordimiento en este momento, no tenemos pecado de que arrepentirnos. Nuestra conciencia es engañosa al igual que nuestras emociones. Este es el gran peligro de no confesar nuestros pecados a Dios inmediatamente los cometamos. Nuestras conciencias se van volviendo más y más insensibles a la voz de Dios y llegamos al punto de pecar y no sentir ningún tipo de remordimiento. Su Espíritu nos amonesta y es como hablarle a un sordo: no escuchamos. Entonces, un día, cuando menos lo esperamos, cometemos un acto de vileza tal que nunca lo imaginaríamos. O simplemente, un día nos encontramos tan lejos de Dios, pero no nos dimos cuenta que nos alejábamos. Es como cuando estás en el mar y la corriente te va alejando de la orilla y no lo percibes hasta que estas a una gran distancia.

Examina tu vida, tus actos, tus decisiones, tus motivos, aunque no sientas que hayas pecado. Confiesa toda acción que Dios en su palabra condena y pídele que te haga sensible a su voz y que te ayude a darte cuenta si te has estado alejando, porque puede ser que si tomas tiempo ahora, te detienes y miras a tu alrededor, Dios no esté al alcance de tu vista y ni siquiera lo habías notado.

A la orilla del lagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora