(Leer Efesios 6:5-8)
Hay un refrán en habla hispana que reza así: “El ojo del amo engorda el caballo”. La mayoría de nosotros estaríamos de acuerdo con este enunciado, sobre todo si hemos encargado a alguien realizar alguna labor de construcción o reparación. En contadas excepciones, si uno no está presente esos trabajos o no se hacen de la forma que usted lo pide, o la calidad del mismo no es igual, o la cantidad de material utilizado inexplicablemente no es suficiente. Simplemente, si uno no está presente la labor resulta ser mediocre y frustración es lo que sentimos. Nos quejamos por la falta de diligencia y posible falta de honradez de las personas que contratamos para tales servicios. Sin embargo, esta práctica no se limita a estos campos informales de trabajo.
En los trabajos también pasa esto. Cuando una persona no es supervisada directamente, o constantemente por algún superior la calidad de su trabajo no es igual. Hay personas que cuando su superior no está presente se involucran en labores que no tienen que ver con su trabajo y no son productivos en cuanto al uso de su tiempo. Si su jefe no estará presente en la empresa por algún tiempo, hay personas que cambiaran su forma de actuar. Llegarán un poco más tarde, serán impuntuales, no cumplirán con su horario de trabajo, no serán diligentes a la hora de realizar sus labores, en fin, la calidad de su trabajo será mediocre. Además, hay algunos que incurrirán en la práctica de usar indiscriminadamente los recursos de la compañía para beneficio personal ya que no los están supervisando (Digo indiscriminadamente porque, por ejemplo, sacar una copia de una cedula, no sería un acto dañoso contra la empresa).
En el texto de hoy Pablo les habla a los esclavos que en aquel tiempo se habían convertido. Les decía que su conducta debía ser diferente a las de aquéllos que no lo eran, pues algunos trabajaban solo cuando sus amos los observaban. Hoy no somos esclavos, somos empleados y el principio se aplica. El creyente debe de ejercer su labor diaria en su trabajo como si su superior fuera Dios. De hecho, es así. La vida entera del creyente debe ser agradable a Dios y el aspecto laboral es sin duda una parte esencial de la misma. Así que en el caso del creyente, su superior siempre está presente y, por lo tanto, este creyente siempre debe de agradarle con su diligencia, su honradez y su puntualidad. El creyente verdadero no espera ni el domingo ni estar en un templo para estar en la presencia de Dios, sabe que aun en su trabajo está en su presencia. Así que, ahí lo adora, lo honra y lo glorifica con sus actos.
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A la orilla del lago
SpiritualEsta es una colección de meditaciones, reflexiones, cuestionamientos, preguntas, que han sido escritas como parte de mi experiencia personal con Dios. Ellas reflejan momentos de crecimiento y de fracasos, de gozo y de tristeza, de éxtasis y depresió...