Ni en su tierra, ni entre sus pariente, ni en su casa
Jesús anduvo por toda una región predicando el mensaje del Reino, expulsó demonios en cantidad y de forma asombrosas, sanó numerosos enfermos (duraba desde la mañana hasta la noche), cuando iba a una sinagoga la gente se quedaba boquiabierta oyéndole, había ciudades en las que no podía entrar porque desde que la gente se enteraba no le daban tiempo ni para comer, sanó paralíticos, les devolvió partes del cuerpo a personas que no las tenían, curó ciegos de nacimiento, mudos, hizo que paralíticos caminaran, andaba entre multitudes porque no le daban ni espacio para caminar, alimentó a miles haciendo milagros de multiplicación de unos pececitos y panecillos, caminó sobre las aguas, calmó una tempestad con solo decir una palabra, resucitó personas y los detalles podrían llenar páginas. Después de todo esto y más decide ir con sus discípulos a su tierra, adonde se crió, en donde vivía la gente que lo conocía. Uno esperaría un recibimiento jubiloso dado lo que se escuchaba de él por toda la tierra de Palestina. Pero no fue así. ¿Cuál fue la reacción de las personas? ¿Cómo lo recibieron?
“De allí, Jesús se fue a su tierra, y sus discípulos lo siguieron. Cuando llegó el día de reposo, comenzó a enseñar en la sinagoga. Al escuchar a Jesús, muchos se preguntaban admirados: «¿De dónde sabe éste todo esto? ¿Qué clase de sabiduría ha recibido? ¿Cómo es que con sus manos puede hacer estos milagros?¿Acaso no es éste el carpintero, hijo de María y hermano de Jacobo, José, Judas y Simón? ¿Acaso no están sus hermanas aquí, entre nosotros?» Y les resultaba muy difícil entenderlo”. (Marcos 6:1-3)
En lugar de sentirse regocijados y afortunados de que alguien de su tierra fuera el hacedor de tan portentosas obras, ni siquiera lo recibieron. ¿Resultado?
“Pero Jesús les dijo: «No hay profeta sin honra, excepto en su propia tierra, entre sus parientes, y en su familia.» Y Jesús no pudo realizar allí ningún milagro, a no ser sanar a unos pocos enfermos y poner sobre ellos las manos; y aunque se quedó asombrado de la incredulidad de ellos, siguió recorriendo las aldeas de alrededor para seguir enseñando”. (Marcos 6:4-6)
No valoraron toda la virtud que había en Jesús. ¿Por qué? Porque se había criado en el mismo lugar que ellos, por conocían a su familia, porque era un carpintero. No podían concebir que de su mismo lugar saliera alguien que revolucionara a toda una nación. No lo rechazaron porque pudieran señalarle faltas, sino porque conocían su origen (o al menos eso era lo que ellos pensaban). Se parecen tanto a nosotros. Vivimos y trabajamos con personas que son valoradas por muchos y en numerosos lugares excepto por sus familiares más cercanos y sus compañeros de trabajo. Quienes están más lejos son capaces de ver en ellos grandes virtudes y capacidades, pero nosotros, no. ¿Por qué? Porque permitimos que sus flaquezas en determinados momentos nos nublen la capacidad de ser objetivos. No permitimos que los dones y habilidades de estas personas nos bendigan. ¿Valoras y aprecias a las personas que viven contigo? ¿Reconoces las capacidades de tus compañeros de trabajo?
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A la orilla del lago
SpiritualEsta es una colección de meditaciones, reflexiones, cuestionamientos, preguntas, que han sido escritas como parte de mi experiencia personal con Dios. Ellas reflejan momentos de crecimiento y de fracasos, de gozo y de tristeza, de éxtasis y depresió...